La comparecencia de los candidatos y el intercambio público de ideas entre los mismos no es una institución reciente en Brasil. Con las últimas elecciones presidenciales cumplió 25 aí±os, desde la organización del primer intercambio con la primera convocatoria electoral después de 60 aí±os, en 1989. En aquella primera ocasión, un candidato “outsider†del sistema de partidos, Fernando Collor de Mello, concurría a ballotage frente al candidato de una coalición de izquierdas, Luiz Inácio Lula Da Silva. Por Patricio G. Talavera
Fiel reflejo de la historia política en Brasil, la continuidad de los debates no siempre fue la norma. Lula, con amplia ventaja inicial, se negó a asistir al debate inicial organizado por el canal O Globo en 1989. Ya en la segunda vuelta, el debate tuvo lugar entre los dos principales contendientes.
La institucionalización del debate fue ardua, y la tentación de ausentarse de los debates por parte de los candidatos que comenzaban a liderar con nitidez y ventaja concluyente en las encuestas preelectorales, recurrente y tenaz.
No sólo Lula en 1989 y en 2006, sino Fernando Henrique Cardoso en 1994 y 1998, eligieron no asisitir a los debates presidenciales. Sin embargo, desde la segunda vuelta de 2006, y a escala nacional, la institución fue cobrando fuerza, y todos los candidatos, sin importar su ventaja inicial, asistieron a los compromisos contraídos, celebrando en muchos casos hasta cincos debates antes de la primera vuelta, y dos antes de la segunda.
El ejemplo también cundió en Estados y municipios: con implicación de medios locales, candidatos a gobernadores y alcaldes asistieron a debates, los cuales cobraron amplia repercusión, sobre todo cuando se producían en contextos de alta competitividad y se disputaban cargos en las grandes ciudades del país, como San Pablo o Río de Janeiro.
Progresivamente, el costo político-electoral de la incomparecencia a los debates fue cobrando relieve, lo que ayudo a consolidarlos como referencia.
Esto fue así, aún cuando la organización de los debates en muchos casos corrió por cuenta de las cadenas de televisión, las cuales en reiteradas ocasiones optaban por competir en audiencia con los debates cuando la parte organizadora era una cadena rival.
Condiciones como la temperatura del estudio, ubicación de los candidatos, planos televisivos de escucha e intervención, ubicación de las cámaras, tiempos, etc, Â se sometían a la negociación entre canales y representantes de candidatos, lo cual implicaba tensiones que muchas veces condicionaban hasta la misma realización del debate.
Pese a las dificultades iniciales, podemos observar que la institución del debate político se encuentra en un camino de creciente aceptación, asimilación y consolidación, como una referencia de construcción de cultura ciudadana en el Brasil del siglo XXI.