La era CFK: Marcelo Leiras

Argentina Elections realiza una encuesta a diversos académicos sobre los recientes comicios nacionales y la gestión de Cristina Fernández de Kirchner. Presentamos hoy la entrevista a Marcelo Leiras.Por Hugo Passarello Luna


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La era CFK
Con el objeto de proveer una perspectiva académica en vistas de los resultados de las elecciones de Octubre de 2007, Argentina Elections envió una encuesta (1) a reconocidos especialistas polí­ticos en Argentina. El cuestionario giró en torno a tres ejes: el sistema electoral y polí­tico en vistas de las últimas elecciones, el sistema partidario argentino y la futura gestión de Cristina Fernández de Kirchner. Participan en esta serie de entrevistas varios expertos de universidades y centros de estudios tanto de Argentina como de otros paí­ses. En esta oportunidad les presentamos la entrevista al Dr. Marcelo Leiras.
En las próximas semanas compartiremos las respuestas de otros entrevistados.
Serie anterior: Sobre el significado y relevancia historia y polí­tica de las elecciones de Octubre de 2004 Argentine Elections realizó una serie similar en el perí­odo previo a las elecciones nacionales del 28 de octubre del 2007. Del mismo participaron reconocidos polí­ticos y especialistas en Argentina, tanto del exterior como del paí­s.Puede ver esa serie accediendo a este enlace
(1) Entendemos como encuesta, “un conjunto de preguntas tipificadas dirigidas a una muestra representativa, para averiguar estados de opinión o diversas cuestiones de hecho.” (Real Academia Espaí±ola)
Marcelo Leiras
Marcelo Leiras es Profesor del Departamento de Humanidades y Director de las Licenciaturas en Ciencia Polí­tica y Relaciones Internacionales en la Universidad de San Andrés. Es Licenciado en Sociologí­a (Universidad de Buenos Aires) y Ph. D. in Political Science (University of Notre Dame). Su actividad de investigación se concentra en el análisis comparado de los partidos polí­ticos, los sistemas de partidos y las instituciones federales de gobierno. Recientemente ha publicado Todos los caballos del rey: la integración de los partidos polí­ticos y el gobierno democrático de la Argentina, 1995-2003 (Buenos Aires: Prometeo, 2007) y “Latin America’s electoral turn: left, right and wrong.” Constellations. 13 (2): 398-408. 2007.
Sistema Electoral y Polí­tico
Estas últimas elecciones recibieron el voto del 71.81% del electorado (alrededor de 7 millones de personas no se presentaron a votar). Este es el porcentaje más bajo desde el retorno de la democracia en 1983. Asimismo, hubo una enorme deserción de los ciudadanos llamados a ser autoridades de mesa. Y el dí­a mismo de los comicios demostró ser un desafí­o logí­stico obligando a muchos ciudadanos a esperar horas para poder votar.
En vistas de estos sucesos, ¿Qué cambios cree necesita el sistema electoral y polí­tico para encarar este nuevo escenario?

No me parece que exista un nuevo escenario sino que se profundiza una tendencia anterior. Esto se aprecia mejor prestando atención a la proporción de votos positivos sobre el total del padrón antes que al nivel de asistencia electoral o a las dificultades logí­sticas de los comicios. Los problemas que expresa la profundización de esta tendencia no requieren cambios en las reglas de juego sino en el discurso y las prácticas de los partidos polí­ticos.
¿Cuál es la novedad de la elección presidencial de 2007? No dispongo de información suficiente para estimar la relevancia de los rechazos a integrar mesas y creo que las demoras en la votación pueden atribuirse fácilmente a las dificultades para emitir el voto resultantes de una campaí±a muy poco informativa y de la multiplicación boletas producto de las llamadas listas colectoras (distintos candidatos para cargos legislativos o locales con el mismo candidato para cargos nacionales o ejecutivos) y listas espejo (idénticas listas de candidatos con sellos de distintos partidos). No hay novedad significativa en estos dos fenómenos.
La cifra de asistencia electoral que menciona la pregunta está calculada sobre el escrutinio provisorio. De acuerdo el escrutinio definitivo, la asistencia fue del 76%. Esta cifra es la más baja desde 1983, pero no mucho menor que el 78% registrado en 2003. En las dos elecciones presidenciales anteriores (1999 y 1995) la asistencia fue de alrededor de 82%, tres puntos porcentuales menos que los registrados en las dos primeras elecciones desde el retorno de la democracia (1989 y 1983). La serie sugiere que, efectivamente, el conjunto de ciudadanos que prefieren no votar aumenta a lo largo del tiempo, pero el ritmo de aumento es más lento que lo que indica la pregunta.
Para complementar el análisis propongo considerar a la inasistencia electoral junto con los votos en blanco y los impugnados. Todas estas formas de comportamiento pueden interpretarse como rechazos de la oferta electoral. En general, la distribución de preferencias polí­ticas entre los ciudadanos es más amplia y más compleja que el conjunto de posiciones que expresan las candidaturas presidenciales. En este sentido, las ofertas de los candidatos pueden pensarse como una condensación de la distribución de preferencias de los votantes, y los votos en blanco, los impugnados y las ausencias, como un conjunto residual, integrado por los ciudadanos cuyas preferencias no encuentran reflejo en la oferta electoral. Deliberadamente, omito los problemas de estimación que pueden derivar de la falta de actualización de los padrones. Supongamos, entonces, que todos los ciudadanos incluidos en las listas estaban en condiciones de emitir un voto positivo y que quienes no lo hicieron eligieron no hacerlo. Cuanto menor es el tamaí±o del conjunto de ciudadanos que no emite un voto positivo mayor es la eficacia representativa del conjunto de candidaturas presidenciales.
Los datos indican que esa eficacia se ha venido reduciendo desde 1983. En las dos primeras elecciones presidenciales las ausencias, los votos blancos y los nulos representaron un 17% de los inscriptos en el padrón. En las tres siguientes, incluyendo la de 2003, ese grupo sumó 24% de los votantes registrados. En 2007 casi el 30% de los ciudadanos habilitados para votar no emitió un voto positivo. Este significativo aumento de tamaí±o del “conjunto residual” es, en mi opinión, el rasgo más notorio de la elección de 2007. Obedece fundamentalmente a un aumento de los votos en blanco. Ellos alcanzaron en 2007 algo más del 6%, tres veces más que el promedio de las elecciones presidenciales anteriores. Como vemos, la tendencia no es estrictamente novedosa sino un incremento en la magnitud de un fenómeno más antiguo.
¿Cuál es el porcentaje de votos positivos que debe esperarse obtener en una democracia como la Argentina? Carecemos de modelos teóricos y de estudios empí­ricos que nos permitan responder de modo convincente esta pregunta. Por este motivo, es difí­cil explicar el origen e interpretar el significado de la tendencia que estamos analizando. Sin embargo, pueden hacerse algunas observaciones a partir de los datos disponibles. Comparando los resultados electorales desde 1983 con los previos, creo que las primeras elecciones presidenciales desde el retorno de la democracia fueron momentos de excepcional entusiasmo y que no deben considerarse como parámetros de lo que puede esperarse bajo condiciones normales. La primera caí­da respecto de este momento inicial coincide con los primeros aumentos en los niveles de pobreza y desempleo. Puesto que en otros paí­ses la probabilidad de votar es menor entre los ciudadanos más pobres y teniendo en cuenta que las personas que cayeron en la pobreza y perdieron sus trabajos en la Argentina quedaron de ese modo excluidas de las redes de producción, consumo y comunicación, no serí­a sorprendente que muchas de ellas hayan dejado de presentarse a votar o de emitir votos positivos.
El argumento anterior ayuda a interpretar la caí­da inicial en la proporción de votos positivos pero no la de 2007. Como indico más arriba, en la última elección el “conjunto residual” creció fundamentalmente porque aumentó la proporción de votos en blanco. Para entender este aumento es necesario identificar cuáles fueron las posiciones polí­ticas que se quedaron fuera de la oferta electoral de octubre de 2007. No tengo una respuesta categórica para esta pregunta, pero creo que dos posiciones no estuvieron adecuadamente expresadas en la campaí±a electoral. La campaí±a oficialista subrayó los logros económicos y sociales del gobierno. Las campaí±as opositoras acentuaron las deficiencias en el funcionamiento de las instituciones republicanas. Dos grupos de electores se quedaron afuera de esta combinación: quienes rechazan la agenda polí­tica y económica del gobierno pero no se preocupan tanto por las deficiencias institucionales y quienes comparten tanto las prioridades de la agenda oficialista como el compromiso republicano.
En total, no forman un grupo grande de gente, pero se suman a otro conjunto importante que, por distintos motivos, hace tiempo está retirado de la polí­tica electoral. ¿Puede el sistema polí­tico argentino recuperar a estos “votantes perdidos”? Seguramente no a todos. ¿Qué reformas institucionales pueden ayudar a recuperar a los recuperables? No creo que un cambio en el régimen de gobierno, o en la conformación de los distritos, o en la fórmula electoral, o en el método de emisión y recuento de votos pueda ofrecer estí­mulos para los votantes que han perdido motivación. Subrayo, en cambio, dos problemas importantes dentro de las numerosas dificultades que enfrentan los partidos polí­ticos argentinos.
Uno es bastante antiguo: la inconsistencia ideológica y el extremo pragmatismo. Ningún partido polí­tico en ningún lugar del mundo sobrevive electoralmente sin alguna medida de flexibilidad ideológica y capacidad de adaptación. Ahora, los partidos polí­ticos cuyas ofertas programáticas van, en muy poco tiempo, de un polo al otro del espectro ideológico, deben pagar cada vez más cara la colaboración de sus militantes (muchas veces sólo la consiguen a cambio de dinero o empleo públicos) y confunden a sus votantes. Los partidos polí­ticos con propuestas más ambiguas o menos creí­bles resultan menos atractivos para los votantes que valoran la consistencia ideológica y programática.
El segundo problema deriva de un malentendido sobre la naturaleza y una sobre-estimación de la eficacia del marketing polí­tico. A juzgar por algunos episodios de la campaí±a, muchos candidatos creyeron que los mensajes simples, las fotos llamativas, la informalidad y el sentido del humor impostados, son modos eficaces de atraer la atención del electorado y que llamar la atención es suficiente para motivar el voto. Me parece que se equivocan. Los comportamientos llamativos pueden tanto motivar la adhesión como el rechazo de parte del electorado.
Esta equivocación y la inconsistencia ideológica seí±alada más arriba pueden entenderse como manifestaciones de un problema más general que es el privilegio del corto plazo respecto del mediano plazo. Creo que las elecciones se ganan y se pierden no sólo por las cosas que se hacen o dejan de hacer en la campaí±a electoral. No tengo datos para afirmarlo categóricamente pero sospecho que por lo menos algunos votantes deciden tomando en cuenta horizontes temporales más largos. Las contradicciones o inconsistencias que pueden registrarse en el comportamiento de los principales candidatos en un perí­odo más largo pueden comprometer su credibilidad y entonces motivar el rechazo de algunos ciudadanos.
Si estas conjeturas son correctas, la solución de los problemas de inconsistencia y cortoplacismo permitirí­a recuperar a alguno de los votantes perdidos. Pero quizás motivarí­a el rechazo de otros. Ni la inconsistencia ni el cortoplacismo han impedido que los principales partidos y candidatos sigan ganando elecciones. Tampoco creo que estos problemas sean males especí­ficamente argentinos. Es probable, entonces, que alguna medida de indiferencia polí­tica y malestar sean condimentos inevitables dado el modo en que funciona la mayorí­a de las democracias contemporáneas.
Partidos Polí­ticos
Los comicios del 28 de octubre del 2007 mostraron un escenario donde las alianzas partidarias fueron la regla. Ninguno de los dos tradicionales partidos (la Unión Cí­vica Radical y el Partido Justicialista) se presentaron como tales sino junto a diversas alianzas. ¿Cómo observa el futuro del sistema partidario en Argentina?
alianzas. ¿Cómo observa el futuro del sistema partidario en Argentina?
La conformación de alianzas electorales con centro en alguno de los grandes partidos nacionales tampoco es un fenómeno estrictamente novedoso. Como se observa en los gráficos, las organizaciones provinciales de ambos partidos siempre dispusieron de amplia autonomí­a para adaptar las estrategias electorales a las demandas de cada contexto provincial, aún cuando estuvieran en juego candidaturas nacionales. En otras ocasiones, como la elección de 1989 para el caso del PJ o las de 1997 y 1999 para la UCR, la polí­tica de alianzas fue básicamente definida por las conducciones nacionales de los partidos. Los gráficos también muestran que la tendencia a integrar frentes se hizo más pronunciada en ambos partidos a partir de 1999. En el caso del Partido Justicialista, a esta tendencia se le sumó en 2005 el incremento de los cismas partidarios.
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El incremento de las alianzas y los cismas del PJ reflejan la pérdida de valor de las etiquetas de los grandes partidos, el debilitamiento de las estructuras nacionales de decisión y la ineficacia de los mecanismos no electorales de resolución de conflictos dentro de los partidos.
Los gráficos no incluyen las elecciones de 2007 porque en este caso es virtualmente imposible identificar al Partido Justicialista o a la Unión Cí­vica Radical como tales. La mayorí­a de los principales dirigentes del justicialismo integraron alguna de las listas del Frente para la Victoria o alguna de sus variantes provinciales. La mayorí­a de los principales dirigentes radicales integraron alguna de las varias coaliciones a las que la UCR se sumó, en general como socio secundario. Pero han podido encontrarse también dirigentes con pasado justicialista o radical en las listas de muchas otras agrupaciones. Se observa entonces una disociación entre los ámbitos de militancia y la conformación de las listas de candidatos.
Expresando un fenómeno semejante, ha sido muy frecuente encontrar la misma fórmula presidencial o de gobernador adosada a dos o más listas de candidatos legislativos nacionales, provinciales o locales. La solidaridad electoral “vertical” entre los candidatos para cargos principales y cargos secundarios parece estar daí±ada. Los candidatos mayores explotan la capacidad de movilización de los candidatos de segundo orden. Los candidatos de segundo orden prefieren explotar el reconocimiento público de la figura principal y la confusión de los electores en el cuarto oscuro antes que disputar una elección interna en un partido. La lógica del doble voto simultáneo predomina y se extendió a las elecciones nacionales, a pesar de que las Leyes de Lemas fueron abolidas en la mayorí­a de las provincias en las que todaví­a estaban vigentes.
La difusión de estas prácticas dificulta la decisión electoral, compromete la transparencia de los resultados y debilita la cohesión de los bloques legislativos. Creo, en suma, que es negativa tanto desde el punto de vista de la representación como desde el punto de vista de la eficacia de gobierno.
Estimo que estas tendencias se mantendrán hasta que se hagan electoralmente insostenibles o hasta que algún partido obtenga mejores resultados electorales y de gobierno adoptando otra estrategia. Desde este punto de vista me parece muy importante observar las gestiones de Hermes Binner en Santa Fé y Mauricio Macri en la Ciudad de Buenos Aires. El Partido Socialista Popular y PRO son las primeras agrupaciones distintas del PJ y la UCR que ganan el ejecutivo de un distrito grande. El PSP, con mayor tradición y, aparentemente, consistencia que PRO, la ha ganado luego de mantener el rumbo y la cohesión partidaria a pesar de haber perdido elecciones anteriores. El PSP es un partido con cuadros y extensa experiencia de gobierno en la Ciudad de Rosario. Una gestión exitosa en la provincia podrí­a difundir su ejemplo a otros distritos del paí­s y a la escala nacional. En mi opinión, esta difusión contribuirí­a positivamente a fortalecer a los partidos y al sistema de partidos.
Gestión de CFK
Con la asunción de la nueva presidente y de todo su gabinete ¿Como observa que serán los primeros dos aí±os de la gestión de CFK? Sus desafí­os, sus prioridades, etc.
El discurso de campaí±a, la elección de ministros y el discurso de asunción sugieren que se mantendrá una polí­tica económica basada en un tipo de cambio alto, superávit fiscal y superávit comercial. Tampoco hay seí±ales de que vayan a modificarse la estructura tributaria, la polí­tica de subsidios ni las medidas para reducir la inflación. A juzgar por las declaraciones de las principales figuras del gobierno saliente y del actual, la alta inflación no es percibida como un problema prioritario. Me sorprenderí­a que en el mediano plazo no hubiera ajustes sobre esta polí­tica: la alta inflación no es consistente con los objetivos sociales del gobierno y, si se sostiene, puede irritar a sectores de la clase media y convertirse en un problema polí­tico. El control de la inflación me parece, entonces, el problema de atención más urgente.
Una polí­tica anti-inflacionaria exitosa requiere institucionalizar el conflicto distributivo y la puja salarial. Desde la salida de la crisis, la puja distributiva se ha intensificado. Esto no implica necesariamente que aumente la conflictividad laboral, aunque los conflictos han aumentado en algunos sectores, especialmente el de los empleados públicos provinciales, entre quienes se destacan los docentes. La negociación salarial en paritarias estuvo congelada durante largos aí±os y la devaluación afectó muy negativamente a los salarios. Considerando antecedentes, el nivel de conflictividad social y laboral registrado en los últimos cuatro aí±os no me parece alto ni preocupante. Pero es posible que la disputa distributiva se intensifique dadas la reducción en los niveles de desempleo y la incertidumbre sobre el comportamiento de los precios. Las reglas y los procedimientos vigentes parecen haber funcionado bien para resolver los conflictos existentes. Una polí­tica de reducción de la inflación demandará mayor control sobre la evolución de las negociaciones salariales. El gobierno parece preferir una estrategia de manejo de la negociación por sectores antes que un gran acuerdo entre las entidades que representan a los empresarios y los trabajadores. Sospecho que esta preferencia está basada en la experiencia de los aí±os anteriores. También hay que considerar que los grandes acuerdos marco se han probado en otros perí­odos de la historia argentina, por ejemplo en 1973, pero tuvieron éxito efí­mero. Probablemente la estrategia de negociación por sectores sea la única opción disponible. Esperemos que siga funcionando.
Independientemente de estos desafí­os de corto plazo, el problema más grave de la Argentina sigue siendo la exclusión social, que se manifiesta también como desintegración geográfica. Yo evaluarí­a la eficacia de las principales polí­ticas de gobierno en términos de su capacidad para contribuir a la solución de este problema. Dado el carácter federal de la Argentina y el protagonismo de los gobiernos provinciales en la implementación de las polí­ticas de educación, de salud y sociales, es necesario un monumental esfuerzo de construcción institucional para asegurar que el esfuerzo gubernamental sea parejo a lo largo de todo el territorio, condición de que las oportunidades vitales no dependan del hogar de origen ni del lugar de residencia. Este problema sigue lejos del tope en la agenda de discusión pública y no tiene protagonismo suficiente en el discurso del gobierno. Adicionalmente, creo que la burocracia nacional y las provinciales no disponen de las capacidades institucionales y técnicas necesarias para resolver eficazmente estos problemas. Esta es mi preocupación central. Si el crecimiento económico vertiginoso y los progresos en cualquier área no sirven para resolver los graves problemas sociales de la Argentina, no sirven para nada.