Entrevista a Cristina de Kirchner por el diario El Paí­s de España

Entrevista: Cristina Fernández de Kirchner Candidata a la presidencia de Argentina


El Paí­s
26 de julio 2007

CK la llaman en Argentina, al mejor estilo estadounidense. A ella, a Cristina Fernández de Kirchner, candidata peronista a la presidencia argentina y esposa del actual mandatario, Néstor Kirchner, le gusta Hillary Clinton, pero también se identifica con «la Evita del puño crispado». CK, con 54 años bien coquetos, no se ve reflejada con la Eva «milagrosa» que conocieron los españoles de la posguerra de la que fuera esposa de Juan Domingo Perón, sino en la cara más potente, en la que la representa arengando a esos trabajadores «descamisados». El próximo 28 de octubre es la prueba de fuego para la hoy senadora Kirchner. Las encuestas le dan entre el 40% y el 50% de votos, muy por delante de cualquiera de sus rivales. Nacida en La Plata, la capital de la provincia de Buenos Aires, hincha del club de fútbol Gimnasia y Esgrima, apodados los lobos, CK tiene mucha personalidad, es muy locuaz y tiene respuesta para todo.
Pregunta. í‚¿En qué momento decidió ser candidata a la presidencia?
Respuesta. No hago polí­tica por ser la esposa del presidente de la República. Cuando me incorporé a la polí­tica las mujeres estábamos a la par con los hombres. No éramos polí­ticos, éramos militantes. Es algo que quizá no es entendido por la posmodernidad. No hubo un momento especial para tomar la decisión, es el momento de la polí­tica. Uno no se levanta un dí­a, se mira al espejo y dice… í‚¡Uy, qué cara de presidenta que tengo! Esto no existe. Es una decisión que se medita y se analiza según cada situación, y se vuelve a estudiar si las circunstancias cambian. La decisión está vinculada a la marcha del paí­s pero en ningún caso a la permanencia en un puesto. A mí­ no me interesa ocupar un espacio polí­tico para hacer relaciones públicas… Viste que hay gente que disfruta teniendo su bancada [escaño], diciendo que aquello está mal y lo otro también, sacándose fotos y haciendo declaraciones a la prensa… Yo no, yo hago polí­tica si puedo transformar la realidad. Si yo no cambio esa realidad que no me gusta no estoy haciendo polí­tica, estoy haciendo ideologí­a pero sin llevarla a la práctica.
P. Usted puede llegar a ser la primera presidenta argentina electa en las urnas. Sin embargo, antes que usted dos ex esposas de Perón, Evita e Isabelita [Marí­a Estela Martí­nez], fueron clave en la historia argentina. í‚¿Cómo lleva este legado?
R. Los dos personajes revelan lo que es capaz de producir Argentina y el peronismo. Por eso siempre digo que el peronismo es el fiel reflejo de mi paí­s, porque es capaz de producir personajes sublimes como Evita y otros mediocres como Isabelita. Digo mediocre porque cargar sobre Isabelita todo lo que vino después [refiriéndose a la dictadura militar de 1976 a 1983] es un reduccionismo, una simplificación. Con la Eva con que me siento identificada es la Eva Perón del rodete y el puño crispado frente al micrófono. No con la Eva milagrosa con la que sí­ se identificaba más mi madre, la Eva del Teatro Colón, el hada buena que habí­a llegado con Perón a repartir el trabajo, el derecho al voto… la Eva de mi mamá es la que apareció con sus fantásticos trajes con los que la conocieron todos los españoles cuando vino.
P. í‚¿Qué va a hacer su esposo cuando acabe el mandato?
R. Es un hombre polí­tico, comprometido con el mundo que lo rodea y que puede vivir muy cómodamente sin los atributos formales del poder. Kirchner es transparente, se muestra tal como es, puede gustar o no, pero es un hombre absolutamente previsible, todo el mundo sabe cómo reacciona ante ciertas cosas. íƒâ€°l va a seguir haciendo polí­tica, creo que morirá haciéndola. Trabajará en la construcción de una fuerza polí­tica y también se dedicará a nuestras cosas, a nuestras actividades económicas al margen de lo polí­tico.
P. í‚¿Entonces descarta la posibilidad de que usted y su marido se vayan turnando en la presidencia mandato tras mandato? Kirchner 2012, por ejemplo…
R. íƒâ€°se es un tí­tulo de pelí­cula de ciencia ficción. No se puede programar la polí­tica. í‚¿Acaso ustedes sabí­an en 1985 que el muro iba a caerse en 1989? Plantear esta posibilidad es un insulto a la inteligencia de los lectores.
P. No es tan descabellado si piensa, por ejemplo, que si Hillary Clinton gana las próximas elecciones en EE UU, el paí­s habrá estado en manos de dos familias, los Bush y los Clinton, durante el último cuarto de siglo…
R. Me parece fantástico el ejemplo. Nadie habla del poder consolidado en esos paí­ses, de cómo se transmite la dirigencia de un paí­s de padres a hijos. Suele existir una mirada crí­tica sobre las cuestiones de familia, pero habrí­a que preguntar: í‚¿en tu casa cómo andamos?
P. Sí­, pero en EE UU hay juego democrático, hay al menos dos partidos… En Argentina en este momento no hay prácticamente oposición. í‚¿Esto cómo se ubica en la Argentina moderna, normal, que usted propone?
R. Esta idea obedece a categorí­as de pensamiento europeas. Estas ideas no sirven muchas veces en América Latina, donde una ideologí­a no necesariamente tiene que dominar sobre la otra. No hablo de superar el socialismo o el liberalismo, sino de otras categorí­as de análisis polí­tico en contextos históricos y polí­ticos muy diferentes. Sólo quiero decir que creo en un mundo multipolar con lí­neas de pensamiento aunque no sean las mí­as y que no intento imponer a nadie. Se critica mucho a los nacionalismos de América Latina, pero discúlpenme si les recuerdo que no tienen nada que ver con los terribles nacionalismos de Europa, que causaron las peores tragedias de la humanidad, como el Holocausto o el genocidio de los Balcanes. No se trata de ideologí­as, cada persona es capaz de lo mejor y de lo peor…
P. í‚¿Si llega al poder, su relación con el polémico presidente de Venezuela, Hugo Chávez, será tan estrecha como la que hoy tiene su marido?
R. Empiezo diciéndole algo… Muchas veces los empresarios, en los foros donde son escuchados por los periodistas, hablan de tal o cual dirigente polí­tico casi como si fuera un monstruo. Luego, en privado, los empresarios te dicen estamos haciendo excelentes negocios, estamos ganando mucho dinero… Miren que el doble discurso no es patrimonio único de los polí­ticos, es una condición inherente del ser humano y los empresarios no están exentos de ello. Volviendo a Venezuela… lo primero que le digo es que en el Mercosur hay una cláusula de salvaguarda de la democracia. Las últimas elecciones en Venezuela, en las que ganó ampliamente Chávez, fueron supervisadas por organismos internacionales. Otra cosa, la ecuación energética latinoamericana no se cierra sin la presencia de Venezuela y Bolivia. América Latina necesita a Chávez como Europa a Putin. Cuando a Venezuela la dirigí­an los presidentes anteriores a Chávez, la energí­a venezolana no era para América Latina sino para EE UU y en unas condiciones leoninas… Venezuela aún hoy vende gasolina en EE UU a precios irrisorios, respetando unos contratos que establecen el precio de venta del barril muy por debajo de lo que vale hoy. Los latinoamericanos no debemos ser conducidos a falsos enfrentamientos.
P. í‚¿No teme que los últimos escándalos de corrupción [hay dos ministras y una secretaria de Estado bajo investigación judicial] le quiten votos?
R. Me parece que el Gobierno ha dado una respuesta más que clara en este sentido. La corrupción no es patrimonio de un único gobierno pero sí­ el modo en que le hace frente. El Gobierno de Kirchner es el único que desde 1983 [año en que Argentina recuperó la democracia] ha enfatizado la necesidad de tener una Corte Suprema de Justicia en serio, independiente, que garantice esa lucha contra la corrupción y cualquier otra, como la de la impunidad por los crí­menes de lesa humanidad [recientemente, la Corte anuló las leyes del perdón para los que cometieron crí­menes durante la dictadura]. Pudimos renunciar a reducir el número de jueces en la Corte de siete a cinco y tener dos magistrados afines, pero no lo hicimos. Creo que es más importante analizar mucho más lo que hacemos que lo que decimos los dirigentes polí­ticos.