La nueva polí­tica

Pese a la estridencia de los debates, hay entre los dos bandos un acuerdo implí­cito para disimular que los comicios del domingo fueron un resonante triunfo de la derecha. Unos para ampliar aún más su base de sustentación y emerger dentro de dos semanas como La Gran Esperanza Blanca; los otros por no hacer frente a la responsabilidad de quienes han gobernado Buenos Aires desde su creación como ente autónomo. Estas son las consecuencias naturales del 2001/2002.

  • Diario Página 12
  • Por Horacio Verbitsky
    10 de Junio de 2007
    Pese a la estridencia de los debates y las denuncias, entre los competidores por el gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires hay al menos un acuerdo implí­cito: todos prefieren dejar en la nebulosa que los resultados del último domingo, cuando Maurizio Macri superó el 45 por ciento de los votos, constituyen un impresionante triunfo de la derecha que tendrá serias consecuencias de corto y de largo plazo, salvo que sea revertido en la segunda ronda que tendrá lugar dentro de dos semanas, cosa posible pero improbable. Por cierto, en caso de una nueva victoria de Macri también contará su proporción.
    Sentido común
    Los voceros oficiosos de la fórmula PROcesista consideran que la segunda vuelta no deberí­a realizarse porque la diferencia fue muy grande y según los porcentajes que requiere la Constitución Nacional bastarí­an para consagrar al ganador; vaticinan una derrota peor para el gobierno nacional si no desiste; reclaman que sólo se discutan cuestiones vecinales, como en cualquier pequeño municipio; pretenden que los negocios polémicos no son del candidato sino de su padre, como si Maurizio Macri no hubiera sido desde mediados de la década del 80 integrante del comité operativo y en la del 90 el vicepresidente ejecutivo del grupo SOCMA, por lo cual comparte con Franco los múltiples pedidos de procesamiento que la justicia duerme porque está muy ocupada con fumadores de porro; opinan que llamar a Macri de derecha equivale a negarle carácter democrático y a demonizarlo, negando cualquier posible consenso y abriendo camino a la exclusión.
    En este momento tales lecturas polí­ticas se parecen demasiado al sentido común de la sociedad porteña y colocan al gobierno nacional y a su candidato en una compleja disyuntiva. Daniel Filmus ya anunció que no desistirí­a de la segunda vuelta como Carlos Memen en mayo de 2003. Quien puede achicar con su participación activa en la campaña el riesgo de un contraste aun más acentuado que el del domingo es Néstor Kirchner, pero ello implicarí­a minimizar al candidato local (que fue la estrategia seguida en primera vuelta por Jorge Telerman y Elisa Carrió) y absorber costos que no es razonable cargar a la espalda presidencial. El viernes Kirchner tuvo una larga conversación con Filmus, en la que acordaron que el ministro de Educación asuma la iniciativa. La principal oportunidad será el debate programado para el miércoles, siempre que Macri mantenga su asentimiento para darlo. Con su habitual perspicacia, Rosendo Fraga sostuvo que si se trata de contar un voto más o menos ahora, le convendrí­a eludirlo, pero que puede beneficiarlo si piensa en 2011. Macri se comprometió a debatir, pero también él duda sobre lo más conveniente. Quiere recitar lo que llama propuestas, pero no exponerse a la réplica y la discusión. Tampoco le tienta el hombre a hombre con Filmus y pretende incluir en la mesa a Gabriela Michetti y su emblemática silla de ruedas.
    Simulaciones
    Luego de la derrota de 2003, el consultor estadounidense Dick Morris dijo que en la Argentina í¢â‚¬Å“un empresario exitoso provoca resentimiento en la gente. Creen que debe de haber triunfado a expensas de ellosí¢â‚¬Â. Su consejo fue que Macri dijera en forma abierta que í¢â‚¬Å“todos los problemas y las acusaciones se referí­an a su padreí¢â‚¬Â y que a él debí­an juzgarlo por su desempeño en Boca Juniors. Aparte de los números contundentes de la primera vuelta, que ninguna encuesta predijo y que ni él esperaba, Macri lleva otra ventaja, sutil pero efectiva, y es el favor de varios poderosos medios de comunicación, no tanto por simpatí­a hacia él o su clase social como por el fastidio que les provoca el populismo kirchneriano. Ellos le permiten a Macri camuflar su marketing electoral como si fuera análisis de observadores objetivos. Las cifras obtenidas por las distintas fórmulas en cada zona de la Ciudad, revelan que Macri ha logrado reconstruir en escala porteña la coalición entre los extremos de la pirámide social que le permitió a Carlos Menem ser reelecto en 1995, pero con un componente aun mayor de aportes de la clase media. Cualquiera sea el resultado de la segunda vuelta, es imprescindible preguntarse cómo fue posible esa transmutación.
    Parejas
    La campaña de Macri (da lo mismo que haya sido él o sus asesores) dobló en sutileza a las dos que se le opusieron. La designación de Carlos Heller y Enrique Olivera como candidatos a vicejefe fueron lastres que Filmus y Telerman no tení­an fuerza para remontar, mientras Macri, gracias al acompañamiento de Michetti, de quien no quiere separarse ni un fotograma, perforaba el techo en el que con tanto candor confiaban sus rivales. El baile de la noche de la victoria es una imagen que sólo comenzará a disiparse cuando se le sobreimprima la del hombre fuerte del eventual gobierno macrista, Horacio Rodrí­guez Larreta. Pero el ex concesionario de servicios públicos ineficientes lo tiene bien escondido. Filmus no está en condiciones de hacer lo mismo en su campo, porque no lo controla. Ni siquiera puede hacerlo Kirchner, quien nunca vio con simpatí­a la alianza de su candidato con Heller e Ibarra, pero que no quiso desairar a su impulsor, Alberto Fernández, a quien está reconocido por su gestión en la Jefatura del Gabinete.
    Heller es un banquero proveniente del movimiento cooperativo, que en 2001 integró el Frente Nacional contra la Pobreza y en 2003 fue uno de los precandidatos a la vicepresidencia que tuvo en consideración Elisa Carrió. Su referente polí­tico es el Partido Comunista (0,54 por ciento de los votos emitidos en la Capital en 2003, en alianza con los partidos Intransigente, Autogestión Liberadora y Movimiento de Autonomí­a Popular). Pero además fue vicepresidente de Boca Juniors hasta la asunción de Macri, durante una década en la que el club más popular del paí­s no obtuvo ningún campeonato. Los asesores de Macri no hubieran podido descubrir mejor forma de potenciar el principal argumento de su candidato. Por contar con la grisura de Olivera, que en los carteles da tan afrancesado como él, Telerman perdió la posibilidad de incluir en su fórmula a Gabriela Cerruti, con quien es probable que hubiera pasado a la segunda ronda. De todos modos, cuando llegó el momento de esa decisión ya era tarde para revertir el error compartido de representar con dos fórmulas un espacio que al principio también el actual jefe de gobierno reivindicaba como kirchnerista. Para quienes creen que la polí­tica es puro cálculo, el encono entre Telerman y Fernández pudo más que las conveniencias recí­procas. El acuerdo posterior de Telerman con la más vocal adversaria de Kirchner sólo se explica por un nivel de oportunina en sangre muy superior a la media del vecindario. Durante los últimos dí­as de la campaña se despedazaron entre ellos para ver quién eludí­a el game over y pasaba a la próxima pantalla y se olvidaron de Macri, quien flotó con cara de presidente de Boca. Heller ni siquiera sirvió para poner en discusión los secretos a voces que hasta el Chelo Delgado conoce. Ahora no ha tenido mejor idea que escoger como blanco a Gabriela Michetti. Las elecciones legislativas fueron el domingo pasado. Las del 24 sólo serán para escoger al nuevo gobernador. Sin embargo, Ibarra ha asumido un papel central en la campaña con un discurso rencoroso por su destitución, un tema del pasado remoto que sólo le interesa a él. Ni siquiera se centra en Macri sino en Telerman, que ya quedó fuera de carrera. Con su escueto 15 por ciento aspira a ser el único emergente de su sector si Macri resulta electo, a lo que contribuye con sus apariciones constantes.
    Perfiles
    La difuminación de los perfiles de Macri es simétrica al silencio del otro campo acerca de sus propias responsabilidades en el resonante éxito de la derecha porteña. Desde su creación como ente autónomo, en 1996, Buenos Aires sólo tuvo dos gobernadores votados por la Ciudad (Fernando de la Rúa y Aní­bal Ibarra) y dos vicegobernadores que asumieron para completar su mandatos (Enrique Olivera y Jorge Telerman). Los cuatro integraron el mismo espacio polí­tico, la alianza constituida por la Unión Cí­vica Radical y el FREPASO. Como no osan decir su nombre o tal vez porque ya ni ellos saben cuál es, se identifican como progresistas. Esas administraciones han instituido en el distrito más rico del paí­s niveles de desigualdad que multiplican por ocho el promedio de los aglomerados urbanos. La fragmentación en coaliciones antagónicas y la subdivisión de cada una en listas diferentes de legisladores no ha incrementado su confiabilidad, frente a Macri que tuvo la sensatez de presentar una sola. Para mejor, con el autoritario y demagógico gesto de proscribir las reelecciones, Macri limpió la runfla que lo acompañó hasta ahora y compuso una lista que sólo le responde a él, con un educador a la cabeza y los monstruos bien escondidos detrás. Así­ obtuvo espacios para cimentar su alianza con el í¢â‚¬Å“ingenieroí¢â‚¬Â Juan Blumberg, dado que todo lí­der que se precie necesita un naranjo en flor. El quinto puesto que obtuvo la boleta de legisladores de Carrió vale más que el cuarto de Gabriela Cerruti y que el tercero de Ginés González Garcí­a, porque allí­, igual que en torno de Macri, hay un proyecto polí­tico de largo alcance. Las otras fuerzas se disgregarán y reagruparán según las cambiantes coyunturas.
    Polos
    La polarización que alcanzó la campaña en su primera semana es aun más intensa que la de dos años atrás, cuando CFK enfrentó a Hilda González de Duhalde en la provincia de Buenos Aires. Aquéllas eran elecciones legislativas y en éstas se decide el gobierno del segundo distrito del paí­s, nada menos que aquel donde ejerce sus funciones el presidente de la República. Además, Buenos Aires tiene un significado histórico y una proyección nacional que no se dan en la capital de otros paí­ses. Por ejemplo, el Distrito de Columbia, o Washington DC, también es sede de la presidencia de los Estados Unidos, pero los acontecimientos de su vida polí­tica no tienen repercusión más allá. Las instituciones del gobierno constituyen un injerto sin raí­ces en la población local, de la cual casi el 60 por ciento son afrodescendientes y 7 por ciento hispanos. Los cuatro funcionarios que desempeñaron ese cargo desde que es electivo fueron afroamericanos y ninguno tiene por delante una carrera polí­tica nacional. A diferencia de lo que ocurre allí­, Buenos Aires es desde hace dos siglos el centro de los tres poderes reales de la Nación, el polí­tico, el económico y el cultural. Macri enfrentó los embates del Poder Ejecutivo con ingenio. Tuvo incluso la picardí­a de elogiar al vicepresidente Daniel Scioli y al gobernador bonaerense Felipe Solá, para recordar que integraron el gobierno de Carlos Menem. Todos ellos lo apoyaron en su anterior intento en 2003 y forman parte de sus expectativas futuras.
    Siembra y cosecha
    Una victoria previa de la derecha fue instalar la imagen de que era preciso contener a un gobierno fuerte y hegemónico, que algunos carriosos excesos de imaginación llegan a describir como autoritario y peligroso para la salud de la República. Los resultados del domingo muestran más bien su fragilidad y explican el compromiso que asume Kirchner, con un optimismo voluntarista, clave tanto de sus éxitos como de sus fracasos. Ibarra consiguió batir a Macri en 2003 gracias a la participación presidencial en la campaña, pero desde que terminó el escrutinio gobernó aislado con su minúsculo grupo de amigos, como si la elección hubiera sido un plebiscito sobre su bella persona. Tampoco Fernández hizo nada a favor de la organización popular y prefirió recostarse en burócratas y recaderos. Hoy se ven en la Ciudad las consecuencias de la nula construcción polí­tica de ambos. Lo poco que se intentó avanzar en ese sentido no podí­a tener futuro en el campo de un narcisista incapaz de percibir la diferencia entre el imperfecto proyecto transformador de Kirchner y la coalición retrógrada de inspiración confesional que intenta desestabilizarlo. Por si alguna duda pudiera quedar, ahora Telerman jugará para Macri bajo capa de prescindencia. Su publicidad fue la más obscena en dos décadas y media de elecciones, por sus consignas de orden y disciplina, evocadoras en reiterado infinitivo de los mensajes de la dictadura (í¢â‚¬Å“Disfrutar de las fiestasí¢â‚¬Â, í¢â‚¬Å“Conducir responsablementeí¢â‚¬Â, í¢â‚¬Å“Respetar las normas al cruzar la calleí¢â‚¬Â, í¢â‚¬Å“Valorar la vidaí¢â‚¬Â, í¢â‚¬Å“No consumir alcohol al conducirí¢â‚¬Â, í¢â‚¬Å“Usar siempre el cascoí¢â‚¬Â, í¢â‚¬Å“Ayudar al otroí¢â‚¬Â, í¢â‚¬Å“Colaborar con la limpiezaí¢â‚¬Â); por la deliberada confusión gráfica entre los actos de gobierno y la campaña proselitista; por la infantilización de un mensaje autorreferencial (í¢â‚¬Å“Este es el que tenemos que votarí¢â‚¬Â); por el diseño plagiado de la portada de un libro del obispo Oscar Justo Laguna; y por los cuantiosos recursos que insumió, sin que sus pragmáticos socios de la Coalición Cí­vica Libertadora se preguntaran de dónde provení­an.
    Tampoco se observa entusiasmo en ningún sector, y esto incluye a la paleoizquierda y a los intelectuales progres, por relacionar los resultados del domingo con el tan idealizado asambleí­smo de 2002 y su eufónica consigna. Mal que les pese, para el electorado de Buenos Aires la nueva polí­tica no son ellos sino Macri. Quienes querí­an saber qué vendrí­a cuando se hubieran ido todos, han tenido un adelanto.