El lugar de la polí­tica

Liliana De Riz ha compartido con nosotros este artí­culo publicado en Clarí­n con motivo de comentar el lugar que corresponde a la polí­tica en relación al ya extenso conflicto entre el gobierno y el campo.


La polí­tica debe recuperar el lugar que le corresponde
Liliana De Riz
Clarí­n
Lunes 23 de junio 2008

Cristina Kirchner estaba llamada a prestigiar la democracia, ordenarla en sus reglas y, sobre todo, certificarla en sus resultados. No podí­a contentarse con la mera repetición de la gestión de su esposo.
Heredaba un paí­s que gracias a una gestión prudente de la emergencia, habí­a logrado crecer a tasas espectaculares y sin conflicto entre campo y ciudad. A ella le cabí­a mostrar la fertilidad del pluralismo y enseñar que la diversidad democrática no es la continuación de la guerra sino la fundación del diálogo.
Sin embargo, los primeros meses de su mandato muestran que el monólogo siguió reemplazando al debate y la apelación a la unidad del pueblo contra los enemigos –«la oligarquí­a», «los golpistas», «las corporaciones»– continuó fabricando los apoyos. Esa polí­tica de confrontación contribuyó a dar proporciones inesperadas al conflicto con el sector agropecuario surgido a propósito del fuerte aumento a las retenciones a la soja.
Presentado como una disputa entre la polí­tica de redistribución del ingreso del Gobierno y la avaricia desmedida de un sector, no tardó en ser trasmutado en un enfrentamiento en el que sectores golpistas amenazaban al Gobierno nacional y popular. Contraponiendo la «democracia del pueblo» a la «democracia corporativa», el bienestar general a los mezquinos intereses sectoriales, la Presidenta reclamó gobernar en nombre del pueblo.
Sin embargo, el pueblo no es una entidad concreta, somos todos y cada uno de nosotros, ciudadanos libres e iguales ante la ley. El pueblo no tiene una representación inmediata y sólo existe en los pronunciamientos que crean las instituciones que controlan y hacen posible cambiar de gobierno sin violencia. Una parte de la sociedad no reconoce la representación democrática en la oposición «pueblo versus antipueblo» y sabe que en esa dicotomí­a, el «pueblo» es sinónimo de Estado, encarnado en el gobierno de turno. Cuando la oposición queda confinada en su rol a la espera del próximo turno electoral, la calle se convierte en el ámbito de la protesta.
Los casos exitosos de desarrollo en el último cuarto de siglo son el resultado del diálogo y la experimentación, de un diagnóstico compartido, de una idea similar de los condicionantes externos, de un acuerdo de prioridades. í‚¿Por qué habrí­a que resignarse a aceptar un camino autoritario para lograr un desarrollo con igualdad? En democracia, los fines que se persiguen importan tanto como los métodos para conseguirlos; no hay victorias finales ni partidos convertidos en soldados de presidentes que son defendidos con el cuerpo, como sugirió la presencia del ex presidente Kirchner en la Plaza de Mayo cuando tronaban los cacerolazos.
En franco contraste con una ideologí­a que vive el conflicto como una guerra, el pluralismo exige convivir con las divergencias y anudar consensos –que no son lo mismo que acuerdos corporativos– en el ámbito de los representantes del pueblo, que es el Parlamento. Y es allí­ adonde deben hacer llegar sus demandas las corporaciones, por demasiado tiempo habituadas a llevarlas a la Casa Rosada.
La sociedad argentina demanda un orden capaz de contener el conflicto y evitar que se exprese por fuera y en contra de las instituciones; poner fin a piquetes, cacerolazos y cortes de ruta, movilizaciones a favor o en contra del Gobierno. Para construir ese orden es preciso que las instituciones polí­ticas salgan de la parálisis que hoy las aqueja y den voz a los reclamos que resuenan en la protesta callejera. Se necesita que los legisladores, además de ser oficialistas u opositores, sean representantes del pueblo. Es preciso el retorno de la polí­tica.
Argentina se encuentra una vez más en la encrucijada. El Gobierno deberí­a cambiar su rumbo para generar un proceso ya no de mero crecimiento de corto plazo, de algunos años, sino de verdadero desarrollo aunque con una tasa menos espectacular y admitir que su «modelo» se ha agotado, que la polí­tica de compensaciones a través de la trama de subsidios poco transparentes que mantienen estructuras obsoletas y siguen devorando los recursos fiscales, ha tocado fondo. Ese camino ha servido para construir poder personal pero al mismo tiempo, ha pavimentado el conflicto social y desaprovechado oportunidades que la bonanza de las commodities nos brinda.
El reclamo del campo trasciende los intereses del sector y coloca en el debate problemas postergados o ignorados, como el centralismo fiscal que hoy convierte al federalismo en letra muerta. Recuerda que un sistema polí­tico sin controles tiene enormes dificultades para mantener un orden basado auténticamente en las reglas de la ley y que es necesario poner en marcha polí­ticas de reforma que atraigan la inversión interna y externa, diversifiquen la estructura productiva y estimulen la innovación.
La sociedad tiene que poder confiar en los instrumentos que ha generado para observarse a sí­ misma. Las estadí­sticas oficiales deben dejar de esconder el aumento de la pobreza y la indigencia, distorsionar la inflación y dibujar un extraordinario retrato de la ilusión. Si ese retrato persiste y se ignoran los cambios ocurridos en la morfologí­a social, Cristina Kirchner corre el riesgo de desaprovechar una extraordinaria oportunidad histórica y dilapidar el esfuerzo de los argentinos. Aún está a tiempo de encontrar el rumbo y desterrar el odio de la polí­tica.

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