La era CFK: Luis Tonelli

Argentina Elections realiza una encuesta a diversos académicos sobre los recientes comicios nacionales y la gestión de Cristina Fernández de Kirchner. Presentamos hoy la entrevista a Luis Tonelli.Por Hugo Passarello Luna


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La era CFK
Con el objeto de proveer una perspectiva académica en vistas de los resultados de las elecciones de Octubre de 2007, Argentina Elections envió una encuesta (1) a reconocidos especialistas polí­ticos en Argentina. El cuestionario giró en torno a tres ejes: el sistema electoral y polí­tico en vistas de las últimas elecciones, el sistema partidario argentino y la futura gestión de Cristina Fernández de Kirchner. Participan en esta serie de entrevistas varios expertos de universidades y centros de estudios tanto de Argentina como de otros paí­ses. En esta oportunidad les presentamos la entrevista a Luis Tonelli.
En las próximas semanas compartiremos las respuestas de otros entrevistados.
Serie anterior: Sobre el significado y relevancia historia y polí­tica de las elecciones de Octubre de 2004 Argentine Elections realizó una serie similar en el perí­odo previo a las elecciones nacionales del 28 de octubre del 2007. Del mismo participaron reconocidos polí­ticos y especialistas en Argentina, tanto del exterior como del paí­s.Puede ver esa serie accediendo a este enlace
(1) Entendemos como encuesta, “un conjunto de preguntas tipificadas dirigidas a una muestra representativa, para averiguar estados de opinión o diversas cuestiones de hecho.” (Real Academia Espaí±ola)
Luis Tonelli
Luis Tonelli es politólogo. Cursó la licenciatura en Ciencia Polí­tica en la Universidad del Salvador y estudios de postgrado en polí­tica en la Universidad de Oxford. Es profesor de ciencia polí­tica en la Universidad de Buenos Aires desde 1986. Ha enseí±ado ciencia polí­tica en las universidades argentinas de San Andrés, del Salvador, Palermo, CEMA. Ha sido Director Ejecutivo de la Cátedra Sarmiento de Estudios Argentinos en la Universidad de Salamanca. Es editor y columnista polí­tico de Revista Debate, Revista Actitud, Revista FOCUS y del diario Buenos Aires Económico. Es autor del libro La Vocación, publicado en el 2001 por Editorial Sudamericana, ha publicado numerosos artí­culos académicos y colabora asiduamente con diarios y publicaciones argentinas e internacionales. Tiene una amplia participación en la función pública de su paí­s y en la consultarí­a profesional.
Sistema Electoral y Polí­tico
Estas últimas elecciones recibieron el voto del 71.81% del electorado (alrededor de 7 millones de personas no se presentaron a votar). Este es el porcentaje más bajo desde el retorno de la democracia en 1983. Asimismo, hubo una enorme deserción de los ciudadanos llamados a ser autoridades de mesa. Y el dí­a mismo de los comicios demostró ser un desafí­o logí­stico obligando a muchos ciudadanos a esperar horas para poder votar.
En vistas de estos sucesos, ¿Qué cambios cree necesita el sistema electoral y polí­tico para encarar este nuevo escenario?

La primera consideración es de orden general: la crisis del “que se vayan todos”, que marca la implosión del sistema de partidos polí­ticos en el 2001 no ha sido completamente superada. Y la actitud contra los partidos polí­ticos todaví­a cala muy hondo, especialmente en ciertas capas de la ciudadaní­a de las grandes urbes argentinas. Esto sumado a la persistencia de la democracia y puntualmente a la realización de elecciones poco competitivas para la presidencia seguramente ha impactado sobre las tasas de participación electoral y también sobre la asistencia a cumplir con la obligación de ser autoridad de mesa (que incluso deberí­amos analizar desde un fenómeno más amplio como lo es el declive del hombre público, como dirí­a Richard Sennet).
De todas maneras, las dificultades que enfrentó la ciudadaní­a en ciertas mesas (no conviene aquí­ generalizar) se debió fundamentalmente a un punto conectado con la crisis del 2001: la fragmentación polí­tica ante la ausencia de estructuras organizativas partidarias a nivel nacional con capacidad efectiva de controlar el proceso de nominación de las candidaturas.
Así­ la estrategia generalizada, de la cual el oficialismo kirchnerista hizo uso virtuoso fue permitir la presentación de varias candidaturas al mismo puesto ejecutivo secundando a la candidatura a la Presidencia, cosa repetida a nivel de gobernador y hasta de Intendentes, multiplicándose también las listas de representantes. Desde esta constatación empí­rica fue realmente un milagro que no hubiese habido más problemas de los que los hubo.
Y en todo esto no deja de haber algo paradójico: la actitud anti partidos de la clase media y alta especialmente porteí±a y de la prensa argentina se queja a la vez de los problemas que trae aparejados. Por eso creo que estos problemas no se solucionan con una reforma del sistema electoral o del sistema de votación, si no con decisiones polí­ticas de reorganizar a los partidos.
La dificultad para elegir no se soluciona por ejemplo con el voto electrónico (y no hablo desde criterios duros de racionalidad, que liguen a preferencias concretas de polí­ticas públicas con ofertas especí­ficas para satisfacerlas, sino simplemente de colocar en la boleta a los candidatos que más gustan). Uno se imagina la cantidad de ramas que tendrí­a el árbol de opciones, y casi mejor que las boletas estén exhibidas en una mesa.
Claro que esta la objeción por la desorganización del acto electivo, pero en primer lugar hay aquí­ una cuestión normativa, republicana: ser ciudadano no es cosa gratuita. Dedicar un dí­a feriado a una cuestión pública decisiva como lo es una elección, no deberí­a ser algo de mayor fastidio. Votar no es hacer una compra en un supermercado. Ni que hablar con la obligación ciudadana de ser autoridad de mesa.
En otro plano, el sistema de votación argentino es todaví­a bastante confiable. Las deserciones a ser autoridad de mesa fueron subsanadas en todos los casos, y aquí­ el problema es la falta de fiscales partidarios de algunas fuerzas que se apoyan básicamente en la popularidad mediática de sus lí­deres. Se sabe, el padrón universal, las autoridades ciudadanas de mesa, los fiscales partidarios y las actas en varias copias y firmadas por todos son los pilares del sistema de votación argentino. La ausencia de fiscales de un partido no es decisiva, pero genera desconfianza.
La cuestión aquí­ es de diseí±o institucional:¿debemos facilitarle las cosas a quienes no se organizan como partidos polí­ticos tradicionales?. Yo creo que no. Que debemos al contrario incentivar la existencia de unos pocos partidos polí­ticos y no una proliferación inestable de candidatos mediáticos.
Cuando uno va a comprar chocolate a un hipermercado se beneficia con una góndola repleta de opciones de calidad y precio, porque uno decide que va a comprar para consumir. Pero en polí­tica es diferente: satisfacer mi demanda personal al encontrar el candidato perfecto entre mil opciones lleva a que mi voto se pierda impotente en la fragmentación generalizada.
Es por eso que para que una democracia presente opciones relevantes ni tiene que estar dominada por un monopolio polí­tico ni debe licuarse en la multiplicación de ofertas. Una democracia necesita de oligopolios polí­ticos, esos que han venido a llamarse históricamente “partidos polí­ticos”.
La construcción polí­tica resuelve asimismo dos cuestiones que parecen contradictorias: la de garantizar la estabilidad y por el otro lado, la de permitir la renovación. Por un lado, reduce la volatilidad electoral, fidelizar a polí­ticos y a electores, construye jerarquí­as, permite que los intercambios no sean solo la base de un toma y daca coyuntural, si no que puedan realizarse en la expectativa de la continuidad, que lleva a soportar ocasionales pérdidas en la negociación en la esperanza de una pronta recuperación.
Por el otro, permite el cambio pero ordenándolo internamente a la competencia a través de mecanismos como las internas y decisiones colectivas de consenso.
La construcción polí­tica demanda de un liderazgo enérgico que sea su personificación, pero que no la asfixie en el personalismo. Demanda la generación de una identidad simbólica, la instauración de rituales y tradiciones adaptadas al uso del nuevo siglo, pero también de reglas y disposiciones institucionales que den incentivos a los polí­ticos a integrarse en partidos polí­ticos y no a ser bolseros al mejor postor del pequeí±o capital de poder del que disponen.
Así­ en el plano electoral, por ejemplo, deberí­a permitirse sólo una lista de candidatos por partido o coalición eliminando las listas colectoras y las listas espejos que apoyan a un mismo candidato de nivel superior. Además, deberí­a prohibirse que en el plano provincial o local se dieran coaliciones entre partidos rivales en el plano nacional. En el plano legislativo deberí­an prohibirse que los representantes que ingresan al congreso por un partido formen luego su propio bloque. Sencillamente, quien rompe con el partido debe abandonar su banca.
En el plano jurí­dico, hay que aumentar los requisitos para constituir un partido polí­tico a nivel nacional, y terminar con las etiquetas reconocidas que se alquilan para candidatos individuales. En el plano financiero, hay que tender al financiamiento exclusivamente público, y en la transición hay que limitar los aportes que van directamente a los candidatos. Se debe centralizar el financiamiento en la dirección de las estructuras partidarias.
Y en el plano organizativo, los partidos deben formar a sus miembros, para generar polí­ticos profesionales capacitados para enfrentar los desafí­os que impone la gestión de la democracia en la actualidad. Todas reformas que pueden ser implementadas y que tendrí­an un efecto inmediato sobre la organicidad partidaria.
Partidos Polí­ticos
Los comicios del 28 de octubre del 2007 mostraron un escenario donde las alianzas partidarias fueron la regla. Ninguno de los dos tradicionales partidos (la Unión Cí­vica Radical y el Partido Justicialista) se presentaron como tales sino junto a diversas alianzas. ¿Cómo observa el futuro del sistema partidario en Argentina?
En la Argentina hoy no existen los partidos polí­ticos nacionales en términos efectivos. Ellos no tienen el monopolio de la nominación de sus candidatos, que me parece, es el grado cero que define un partido electoral, el decidir quien se presenta como candidato representante de tal o cual extracción polí­tica. El peronismo no ha presentado candidato oficial a las elecciones presidenciales desde que tomó la decisión de permitir en el 2003 que 3 peronistas (Carlos Menem, Adolfo Rodrí­guez Saa, y Néstor Kichner) se presentarán bajo etiquetas de fantasí­a a las elecciones presidenciales. Con esto el presidente interino y Jefe del peronismo bonaerense en ese momento, Eduardo Duhalde, logró evitar la ruptura partidaria a costa de colocar al peronismo en una situación gaseosa. Exactamente lo contrario pasó con el radicalismo, que ha sufrido rupturas y sangrí­as de relevancia (Elisa Carrió y Margarita Stolbizer, Ricardo Lopez Murphy, los radicales K) aún cuando la organización formal sigue funcionando. Sin embargo, esta estructura nacional fue la que nombró como candidato a un peronista, Roberto Lavagna que recientemente ha vuelto al redil.
Como tal más que coaliciones lo que ha habido son acuerdos electorales, pases efí­meros, asociaciones oportunistas, todas a nivel mas o menos personal. No habiendo partidos organizados, no existe la posibilidad de coaliciones, ni tampoco estrictamente hablando un sistema de partidos a nivel nacional, que según la definición archiconocida de Giovanni Sartori es la pauta estable de interacción partidaria. Todo lo que hoy está ausente.
Sin embargo no hay que llevar las cosas al extremo y quiero ser totalmente preciso en esto. Lo que sucede es una situación de descalabro organizativo de los partidos polí­ticos a nivel nacional acompaí±ado de un clima antipartidario en las grandes ciudades, pero en retroceso, a medida que el paí­s se recupera de su colapso económico, polí­tico y social.
La situación, obviamente, es totalmente diferente para el peronismo que para el radicalismo. La crisis no encontró al peronismo en el poder (aunque la linea interna conservadora, el menemismo, quedó muy debilitada después del éxito del kirchnerismo). Las diferencias con el radicalismo son importantes. El peronismo posee un mayor control territorial de las provincias interiores y más estabilizado que el radicalismo. El peronismo tiene un electorado popular más fiel. El peronismo es mucho más flexible (se dice que el lema peronista por antonomasia es “traidor es el que pierde”.
Las elecciones pasadas exhibieron que Cristina Fernández fue elegida por un conglomerado social que recuerda al del primer peronismo (con los niveles de pobreza y de desigualdad que exhibe hoy la Argentina a pesar de su recuperación, hay vastos sectores sociales de tal modo sumergido que es como si Perón y Evita no hubieran nunca existido para ellos. Ha sido esta persistencia peronista (incorregibilidad dirí­a J.L. Borges) la que seguramente ha estado en la base de la decisión de Néstor Kirchner de reorganizar el peronismo como forma de consolidar su poder. Aparte, aparece en el horizonte Mauricio Macri con una aceitada red de contactos con peronistas del interior que podrí­an en un momento de debilidad del kirchnerismo en el poder migrar hacia horizontes más prometedores. Por supuesto que la organización del PJ no evita esta posibilidad, pero es un paso hacia recuperar el control de las candidaturas que se hagan en nombre del PJ.
Los efectos sobre el resto de las fuerzas polí­ticas que, de llegar a buen puerto, tendrí­a la reorganización del peronismo a manos de Kirchner pueden ser bastante diferentes, y también están muy ligados al éxito o no de la Presidencia de Cristina Fernández. Kirchner necesita de otras fuerzas para legitimar el predominio peronista, y en ese sentido ha estado tentando a los radicales K para que den la lucha por el control de la desahuciada UCR oficial, quien ha sufrido el impacto tremendo del pase a las filas del PJ de su candidato en las elecciones pasadas, Roberto Lavagna. De tener éxitos los radicales K, entonces se podrí­a configurar una coalición formalizada y sin precedentes históricos entre el PJ y la UCR, ocupando ese espacio tan ambiguo como argentino como lo es el “nacional y popular”, con llegada a las clases populares y a la extendida clase media baja. De no funcionar la toma de poder del edificio formal de la UCR, entonces los radicales K, la centroizquierda K, y otros allegados podrí­an tratar de formar algún partido, como los peronistas disidentes del menemismo fundaron en su momento el FREPASO. Esto en el plano del oficialismo.
El plano de la oposición es mucho más incierto. El oficialismo cuenta con los recursos muy valiosos de la estructura polí­tica y económica que le da la ocupación del Estado. La oposición solo cuenta muchas veces con su presencia mediática, con el incentivo negativo a organizarse que significa que cada lí­der opositor se ve con posibilidades de ser él el beneficiado por los caprichos de la opinión pública.
Claro está que hay una personalidad en la oposición que se ha hecho del control del tercer presupuesto del paí­s, después del de la Nación, y el de la Provincia de Buenos Aires: el Jefe de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri. Pero él sabe que su destino está ligado a los resultados que pueda mostrar a nivel ciudad, por lo menos mientras espera que el ciclo del agotamiento del kirchnerismo recorra todas sus fases. Luego está Lilita Carrió, con un desprendimiento de los radicales y su apelación al tí­pico voto antiperonista.
Lo cierto es que más que una división de izquierda/derecha, o incluso peronista/antiperonista tenemos una división polí­tica entre las fuerzas y lí­deres que poseen dominio territorial y los que poseen “dominio” mediático, con algunos “infiltrados” en esa división polí­tica (como Daniel Scioli en el campo territorial), cada uno con sus sectores sociales tí­picos. Por su propia naturaleza, el dominio territorial tiene una propensión a la jerarquí­a (por la distribución de recursos en el peculiar federalismo centralizado argentino) y el dominio mediático a dispersarse.
En ese sentido, la alternancia dependerá mucho de la suerte del oficialismo, y la desmembración de la coalición territorial, aprovechada por algunos de los lí­deres mediáticos.
Más que elección, lo que se está dando en la Argentina es una democracia de confirmación o derrocamiento electoral del gobernante, tendencia generalizada que consigna Pierre Rosanvallón en su libro Contrademocracia.
Gestión de CFK
Con la asunción de la nueva presidente y de todo su gabinete ¿Como observa que serán los primeros dos aí±os de la gestión de CFK? Sus desafí­os, sus prioridades, etc.
El inicio del gobierno de Cristina Fernández se planteó para transmitir una imagen de continuidad y no de ruptura. La permanencia de muchos de los integrantes del gabinete entre ellos Alberto Fernández y de Julio De Vido en sus puestos hace que no haya habido mayormente cambio ni en el rumbo general del gobierno ni en el modo de gestión y en la toma de decisiones de polí­ticas públicas.
Si ha habido un cambio de estilo. Los presidencialismos ponen tan en el centro la figura personal que cada presidente tií±e con su personalidad a todo el gobierno. Y la de CFK es una personalidad mucho más formal, mucho más ordenada y apegada al trámite debido (en el sentido más limitado de la palabra) que su antecesor y cónyuge Néstor Kirchner.
Si CFK representa el rol de Jefa de Estado con sus atribuciones simbólicas y formales, Alberto Fernández oficia de superministro encargado del dí­a a dí­a de gobierno, salvo para las cuestiones de Infraestructura y Néstor Kirchner hoy es el equivalente funcional al partido polí­tico, gravitando en las relaciones con los actores polí­ticos, los grupos de presión, las corporaciones y los medios.
Para el kirchnerismo “gobernar es crecer”, y consecuentemente el desafí­o que se ha propuesto públicamente CFK es mantener las altas tasas de crecimiento que caracterizaron los aí±os de NK en la presidencia. La permanencia de un contexto internacional con la inversión de la tendencia al deterioro de los precios del intercambio, esta vez jugando a favor de los paí­ses productores de commodities ha sido decisivo en la dinámica del modelo argentino, basada en un tipo de cambio con un dólar alto que ha permitido un superavit “gemelo” que es la base de la estabilidad actual de la economí­a argentina. Pero también el crecimiento esta fogoneado por los alicientes al consumo a través del gasto público y los subsidios a la energí­a y a los servicios
Los desafí­os de CFK son los que de alguna manera se derivan del éxito del modelo económico K: generar la infraestructura necesaria para apuntalar semejante crecimiento, mantener a raya la inflación que producen los incentivos al consumo, controlar las presiones de los diferentes grupos sociales en la puja redistributiva, mantener el flujo de inversiones.
Por otra parte, el modelo K ha logrado una impresionante reducción de la tasa de desempleo y un mejoramiento relativo de los desastrosos indicadores sociales que dejaron los 90, la crisis de la convertibilidad y su salida. Pero el gran desafí­o es por un lado mejorar la formalización del trabajo, que es el gran lí­mite a recuperar el perfil equitativo de la Argentina. Por supuesto, el decil mas pobre de la sociedad argentina hace décadas que se reencuentra sumergido en la miseria, y no tiene las capacidades suficientes para aprovechar el crecimiento. Ahí­ es necesario la acción del Estado, pero, y este es otro gran desafí­o para CFK, hay muy pocas áreas del sector público que puedan exhibir capacidad de gestión
Luego están los desafí­os de generación de instituciones, pero para el kirchnerismo primero están las cuestiones de la estructura económica y social y luego las cuestiones superestructurales.

1 comments

Interesante las preguntas, y aún mas las respuestas. Sobre todo por el tinte constructivo y aportes, que hoy en dia escasean en comparación con las crí­ticas.
Cuando se habla de la gestión CFK, agregarí­a a modo de desafio polí­tico, la construcción de una imagen que rompa con la vista pública de un «Estado Bicéfalo», y que en todo caso si se tiene que identificar una cabeza, se siente que es la de su conyuge.
Saludos.
Daniela.

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