Elecciones y polí­tica exterior

Los programas y polí­ticas de las distintas candidatas y candidatos relacionados con nuestra inserción internacional es otro de los ejes que Argentina Elections está difundiendo.
Reproducimos una nota de opinión que analiza la relación entre la Argentina y España a propósito del viaje de una de las candidatas, Cristina Fernández, en el marco de la campaña electoral.
La serie de viajes al exterior de la candidata oficialista ha dado lugar a diversos comentarios. Con respecto al caso español, dado el panorama de inestabilidad y pérdidas para las empresas de capital español desde 2001, la continuidad futura de las inversiones del paí­s europeo dependerá en buena medida de la capacidad polí­tica y de gestión, y del planteamiento de ideas claras que presente Cancillerí­a bajo la presidencia a estrenar en octubre.


La diplomacia de los intereses y la deplomacia de los valores
Iruya.com
Con esta nota, concluye la serie que bajo el tí­tulo «El fallecimiento de Jesús de Polanco y el viaje a España de Cristina Kirchner» ha venido publicando iruya.com. Esta tercera y última parte, pasa revista a las relaciones económicas, politicas y diplomáticas entre la Argentina y España. Desde el punto de vista de la polí­tica exterior y, naturalmente, de la polí­tica en su acepción mas amplia, el viaje de doña Cristina Fernández de Kirchner a España (que no solamente a Madrid), ha dado lugar a muchos comentarios superficiales, pero a pocos análisis que intenten desentrañar las claves que encierra este publicitado desplazamiento de la flamante candidata presidencial argentina.
Algunos observadores han pretendido ver en el viaje el primer acto de un plan, prolijamente concebido, que se propondrí­a transformar la polí­tica argentina comenzando por sus relaciones exteriores. Piensan, preñados de optimismo, que quienes la asesoran han convencido a doña Cristina acerca de la necesidad de abandonar el tercermundismo practicado hasta ahora por su esposo, y de girar las antenas hacia la Unión Europea.
Además de las razones comerciales o pragmáticas, tales asesores han encontrado un argumento simpático al peronismo local: El acercamiento a la vieja Europa fue prohijado por Evita, en los años 50, y por Perón en los 70, como una forma de conciliar el realismo con el antiimperialismo que están en la naturaleza del í¢â‚¬Å“segundo movimiento históricoí¢â‚¬Â y, por ende, deben estarlo en el acta de nacimiento del soñado í¢â‚¬Å“tercer movimiento históricoí¢â‚¬Â.
Otros, resentidos vaya uno a saber porqué o adictos a las versiones conspirativas de la historia, piensan que el viaje esconde la negociación de acuerdos opacos sobre los conflictos que mantienen abiertos las grandes empresas españolas con el Gobierno de la Argentina y que ambas partes abordan en un marco de gran discreción. Así­ lo ha insinuado nada menos que Roberto Lavagna, ex ministro de Economí­a del actual Gobierno.
Están, por último, quienes apelan a hipótesis aventuradas que estimamos prudente descartar dada su frivolidad y su ligereza.
1. La diplomacia ante los antiguos y nuevos ví­nculos entre España y la Argentina
Los lazos que unen a España y la Argentina son, que duda cabe, lazos múltiples, de larga data, sólidos y cargados de futuro, e incluyen, además de la lengua de Cervantes y de Borges, valores y aspiraciones compartidas.
Tres son los acontecimientos que han contribuido al reforzamiento contemporáneo de los ví­nculos entre las dos naciones: a) El hecho de compartir sistemas democráticos (más allá de las diferencias que separan a las democracias de uno y otro paí­s); b) el fenomenal proceso de inversión española directa (IED) en la Argentina, concretado en los años noventa; y c) los flujos migratorios que, como se sabe, han cambiado ahora de dirección (la Argentina de territorio receptor de inmigrantes ha pasado a ser área de emigración), y que todo indica habrán de potenciarse en las próximas décadas.
El papel jugado por la diplomacia de ambos paí­ses ha sido, en realidad, insignificante en los tres acontecimientos reseñados en el párrafo anterior.
Nada tuvo que ver la diplomacia argentina en la transición de España a la democracia (1976), y casi nada la española en la caí­da de la dictadura argentina (1983); aun cuando los memoriosos, que nunca faltan, recuerdan ciertas complicidades y negligencias diplomáticas en los momentos posteriores al golpe militar que entronizó al dictador Videla.
Mientras el proceso de inversión directa (IED) transcurrió por los cauces de la normalidad, los Ministerios de Relaciones Exteriores se limitaron a acompañar las decisiones que, en unos casos, correspondieron a las más altas instancias de los Estados y, en otros, a los empresarios. Este rol de la diplomacia, si se quiere secundario, comenzó a modificarse ni bien el brutal cambio en las reglas de juego puesto en marcha por los gobiernos argentinos (entre 2001 y 2007), dañó a las empresas españolas radicadas en la Argentina.
La mega devaluación, el cambio del signo monetario, la modificación unilateral de los contratos y las consecuencias dañinas para las empresas de capital español activaron los canales diplomáticos aun cuando no lograron producir, al menos hasta aquí­, resultados satisfactorios para las partes.
Por lo que se refiere a los movimientos de población ocurridos entre los años 90 y el presente, el desinterés y la indiferencia de la cancillerí­a argentina coexistieron tanto con el perí­odo en el que España toleró la inmigración ilegal como con los tiempos de la regularización (2005) de los argentinos afincados en España. En realidad, ambos paí­ses no han logrado, hasta aquí­, coordinar polí­ticas activas de acompañamiento a las migraciones que, como se dijo, habrán de continuar tejiendo ví­nculos entre ambas comunidades.
2. La España democrática intenta comprender a la errática Argentina
Según algunos analistas polí­ticos, España logró integrarse en el mundo desarrollado ni bien dejó de considerarse orgullosamente í¢â‚¬Å“diferenteí¢â‚¬Â, sincerándose con su mayoritaria vocación europea. La democracia pluralista, la monarquí­a constitucional, la economí­a de mercado y su integración económica y militar en occidente, dieron a España años de estabilidad, paz y prosperidad.
Por su parte, las querellas ideológicas (muchas veces rudimentarias), los conflictos de intereses (con escasos canales capaces de encauzarlos), las enormes asimetrí­as interiores, el pasado devenido eterno presente, las corporaciones y el odio han hecho de la Argentina un paí­s sin los consensos básicos y, en consecuencia, un espacio donde reinan la inestabilidad, el sobresalto y el corto plazo.
Tamañas distancias, que ciertamente dificultan el diálogo entre ambos paí­ses, resultan casi abismales por el profundo arraigo del peronismo y, en general, por las diferencias que separan a los sistemas polí­ticos (sus ideas, estructuras, alineamientos y liderazgos) vigentes en la Argentina y en España.
Hay evidencias abrumadoras para sostener que la diplomacia española no acierta a entender (aún cuando lo intenta) la compleja trama de la polí­tica argentina. Tampoco lo han logrado (en este caso, sin siquiera intentarlo) las empresas españolas que desembarcaron aquí­ en los años 90, tentadas por el giro llevado a cabo por el Presidente Carlos Menem, por las facilidades que encontraron en los procesos de privatizaciones, y urgidas por la necesidad de internacionalizarse y adquirir dimensiones apropiadas para desenvolverse en la economí­a globalizada.
Visto desde la perspectiva simétrica y dejando a salvo el caso de individualidades argentinas que se adentraron exitosamente en el conocimiento de la España democrática, la Argentina polí­tica mantuvo respecto de España una actitud que oscilaba entre el desprecio olí­mpico, la curiosidad satisfecha con la lectura de titulares de prensa, y la envidia malsana (í¢â‚¬Å“qué se habrán creí­do estos gallegosí¢â‚¬Â).
3. Tres etapas de las relaciones polí­ticas hispano-argentinas
Puestos en la tarea, podrí­amos identificar tres perí­odos o etapas en las relaciones polí­ticas entre las democracias española y argentina.
a) Solidaridad y cooperación polí­tica (1983/1989): Cuando en 1983 se produce la feliz coincidencia de regí­menes polí­ticos democráticos en ambas orillas, el Gobierno de Felipe Gonzáles se esforzó por construir estrechas relaciones polí­ticas, económicas y culturales con la Argentina gobernada por Raúl Alfonsí­n, un lí­der especialmente interesado en afirmar sus sueños socialdemócratas.
Si bien las afinidades entre los socialistas españoles y los radicales argentinos mostraron luego escasa consistencia, Gonzáles y Alfonsí­n privilegiaron la cooperación polí­tica y cientí­fico-tecnológica, tanto como el intercambio de experiencias institucionales (serí­a mas preciso hablar de puesta a disposición de la Argentina de la reciente experiencia de la transición española y de su lucha contra la inflación) y de expertos.
Cabrí­a añadir que, pese a la preocupación que pusieron de manifiesto, los socialistas españoles no lograron generar un clima de confianza con la oposición peronista que, en su mayorí­a, habí­a optado por echarse al monte.
b) Inversión española directa (1990/2001): Mas adelante, y ya en tiempos del Presidente Carlos Menem, el Gobierno de España animó a las principales empresas de esa nacionalidad a desembarcar en la Argentina con el doble propósito (o, según se mire, con el doble argumento) de auxiliar a la Argentina que luchaba por salir de la mega crisis de finales de los años 80, y de potenciar la internacionalización de su capitalismo, que por ese entonces estaba emergiendo de su inmediato pasado provinciano.
No hay dudas de que fue Felipe Gonzáles, que habí­a trabado una relación constructiva con Carlos Menem, quién lideró la naciente alianza estratégica entre los sistemas económicos de ambos paí­ses.
A su turno, el Gobierno del Presidente José Marí­a Aznar no hizo sino mantener y profundizar el entonces fulgurante proceso de Inversión Española Directa (IED).
Sin embargo, las dos administraciones españolas (Felipe Gonzáles y José Marí­a Aznar) descuidaron de un modo clamoroso el espacio de la cooperación polí­tica. Urgidos quizá por la necesidad de completar el desembarco del capitalismo español en la economí­a argentina y, probablemente a consecuencia de aquel crónico desconocimiento de la Argentina profunda, los sucesivos Gobiernos españoles y los gerentes de las compañí­as inversoras abandonaron toda preocupación por la calidad de las instituciones del paí­s receptor de la multimillonaria inversión, adaptándose a las reglas locales; aún a las peores de sus prácticas.
c) Crisis y populismo (2001/2007): Antes de avanzar en este epí­grafe, conviene advertir que cuando identificamos a este perí­odo como una epata signada por la crisis y el populismo, no ignoramos que ambos conceptos estuvieron de una u otra manera presentes a lo largo de todo el actual ciclo democrático.
Dicho lo cual, cabe constatar que los dos Gobiernos españoles (José Marí­a Aznar y José Luí­s Rodrí­guez Zapatero) a los que les tocó en suerte (es en manera poco expresiva de referirnos a los hechos que se sucedieron desde finales de 2001) dirigir la polí­tica española en sus relaciones con la renacida Argentina populista, adoptaron una actitud casi inevitablemente defensiva de los intereses de las empresas de capital español atrapadas en el nuevo escenario argentino.
Las empresas españolas (y si acaso también una porción de la economí­a española) fueron ví­ctimas de dos acontecimientos cuya combinación produjo consecuencias tremendas: la inconsistencia y la inestabilidad cí­clica de la Argentina y el mutuo abandono de toda preocupación por la calidad de las instituciones en aras, de un lado, de un anticuado concepto de la soberaní­a intelectual y, de otro, del beneficio sustancioso y rápido.
Un punto que algún dí­a merecerá un análisis en profundidad tiene que ver con la ya citada Mesa del Diálogo Argentino, donde subrepticiamente se prepararon los cambios traumáticos de 2001/2002, y con el papel jugado en ella por las autoridades españolas.
Pese a las notorias diferencias, ideológicas y í¢â‚¬Å“de talanteí¢â‚¬Â que le separan de su antecesor, no le ha ido mejor al actual Presidente del Gobierno José Luí­s Rodrí­guez Zapatero.
Su gestión, como no podí­a ser de otra manera, ha mantenido la estrategia de defensa de la inversión española directa, pero no ha logrado hasta aquí­ avances sustanciales, ni respuestas diferentes a las obtenidas antes por el Gobierno Aznar. Mientras, los hechos han terminado de convalidar un parate a la inversión española (es así­ como buena parte de las empresas que arribaron en los años 90 negocia discretamente formas de salir de la Argentina).
Hay sí­, algunas novedades metodológicas que no alcanzan a quebrar el desinterés de España por la calidad de las instituciones argentinas, y se centran en una operación tendente a seducir a los gobernantes de turno; a alabar la belleza de lo bello; a imaginar afinidades ideológicas con el presidente KIRCHNER; o a atribuir condición de estadistas brillantes a quienes detentan férreamente el poder y, en tal carácter, conservan las llaves para abrir las soluciones a las querellas económicas entre el Estado argentino y las empresas españolas.
Las exhortaciones del Gobierno de España, muchas veces asumidas por las compañí­as de capital español, para generalizar las prácticas de responsabilidad social empresaria, gratas también a los oí­dos oficiales de la Argentina, resultan insuficientes para cambiar la realidad y el clima que la envuelve.
Para concluir esta serie de notas, no se nos ocurre nada mejor que mostrar de un modo esquemático la situación actual y las opciones a disposición de los actores implicados.
España (vale decir, el Gobierno español y las compañí­as de este origen), además de procurar legí­timamente la resolución de las demandas a las que se considera con derecho, podrí­a profundizar el proceso de retirada de su inversión o, tal vez, alentar nuevas inversiones bajo las condiciones que las alienta en paí­ses como Irak, Afganistán o Guinea (alta inseguridad, altos beneficios instantáneos, indiferencia absoluta acerca de la evolución del entorno y del destino de las naciones de acogida).
La Argentina, por su parte, podrí­a convalidar la salida del capital español de su economí­a (para alegrí­a de los defensores del patriotismo económico y de la llamada burguesí­a nacional), o también consentir la llegada de nuevas inversiones compatibles con la baja calidad de las instituciones locales, con la inseguridad jurí­dica y con la lógica populista que preside gran parte de las decisiones públicas y privadas.
Sin embargo, ambos paí­ses podrí­an también explorar las posibilidades de una alianza estratégica (pese a que la diplomacia española tiende a devaluar el término). Vale decir, de una asociación binacional sólida, profunda, de largo aliento, respetuosa de las particularidades y de los auténticos intereses nacionales, transparente y que incorpore la construcción de instituciones capaces de dialogar entre si y de generar confianza internacional.
Para abordar esta tarea se necesita buen talante, simpatí­a desbordante, operaciones de imagen, pero también ideas claras, capacidad polí­tica y de gestión y, como no, una diplomacia que, sin mengua de los intereses que le son confiados por las naciones a las que sirven, esté atenta también a los valores institucionales de la paz, las libertades, el bienestar social, el equilibrio medioambiental, los derechos humanos, y la seguridad.
(Con esta nota concluye la serie í¢â‚¬Å“El fallecimiento de Jesús de Polanco y el viaje a España de Cristina Kirchnerí¢â‚¬Â)