Una opinión académica sobre los partidos polí­ticos

Los invitamos a leer un reportaje al Dr. Isidoro Cheresky en torno al tema de los partidos polí­ticos que publica hoy Página 12.


ENTREVISTA CON EL POLITOLOGO ISIDORO CHERESKY
í¢â‚¬Å“Los partidos se han desagregado y debilitadoí¢â‚¬Â
La mutación que afecta a la representación polí­tica ha vaciado las estructuras partidarias y ha encumbrado a lí­deres populares apoyados por coaliciones inestables. Desde esa perspectiva, Cheresky analiza el devenir del kirchnerismo y la configuración de las diferentes fuerzas polí­ticas en el escenario preelectoral.
Página 12
Por Javier Lorca
Doctor en Ciencias Sociales y profesor de Teorí­a Polí­tica en la UBA, Isidoro Cheresky indaga las nuevas formas que asume la vida polí­tica, la desagregación de los partidos tradicionales y su reemplazo por coaliciones más o menos fluctuantes delineadas en torno de í¢â‚¬Å“lí­deres de popularidadí¢â‚¬Â, figuras desarropadas del corset partidario pero, a la vez, supeditadas a los virajes de la opinión pública. Sobre la base de esos conceptos, en esta entrevista con Página/12 explica lo que considera el agotamiento del modelo de poder ejercido por el kirchnerismo y el posible desarrollo de í¢â‚¬Å“una mayor institucionalidadí¢â‚¬Â en el paí­s.
í¢â‚¬â€œLos partidos polí­ticos tradicionales, í‚¿son ya un anacronismo o volverán a reconstituirse?
í¢â‚¬â€œSe ha producido una mutación que afecta a la representación polí­tica. Los partidos fueron durante muchas décadas el recurso principal de la representación. Y en algún sentido siguen siéndolo, sólo que los partidos ya no son lo que eran. En el siglo XX los partidos eran proveedores de una identidad, no sólo eran recursos instrumentales para la competencia polí­tica. Los partidos expresaban diferencias polí­ticas: que ganara uno u otro podí­a tener consecuencias considerables para la vida colectiva e individual. Pero se ha producido una crisis en la representación polí­tica. En la Argentina, después del estallido de 2001 se pensó que, como no surgieron otros dirigentes y otras fuerzas, se iba recomponer el sistema de partidos. Pero la evolución no ha ido en esa dirección.
í¢â‚¬â€œí‚¿En qué dirección ha ido?
í¢â‚¬â€œComo en otros paí­ses de América latina, en la Argentina la representación se reforzó, porque el único modo de acceder al poder es a través de elecciones. Incluso, después de la crisis, cuando el gobierno de Eduardo Duhalde estaba en aprietos por la represión en Puente Pueyrredón, llamó a elecciones como modo de descomprimir. La idea de que se iba a poder elegir tení­a sentido para la gente. Pese a que las elecciones realizadas en América latina han revalidado la idea de la expresión ciudadana, al mismo tiempo los partidos se han desagregado y debilitado. Si bien para competir en elecciones siguen haciendo falta etiquetas polí­ticas, cada vez con más frecuencia vemos que esas etiquetas se organizan como coaliciones en torno de un lí­der de popularidad. A su alrededor se agrupan las redes del sistema de partidos que se vino abajo.
í¢â‚¬â€œSi los partidos ya no son factores de representación ciudadana í‚¿qué es lo que vehiculizan en la competencia electoral?
í¢â‚¬â€œEl desafí­o de los actores y las fuerzas es producir una diferencia polí­tica significativa, es decir, poder construir un lazo representacional. La novedad, que no es menor, es que antes el ví­nculo de representación ya estaba construido, habí­a masas que adherí­an a los partidos y, cuando habí­a elecciones, se trataba de ver variaciones en los márgenes: algunos perdí­an unos votos, otros los ganaban. Ahora, en la Argentina y otras sociedades, cuando se compite por el poder í¢â‚¬â€œsobre todo a nivel nacional porque a nivel local todaví­a subsisten redes y pertenencias más tradicionalesí¢â‚¬â€œ, el desafí­o es la constitución del ví­nculo de la representación, la creación de la identificación.
í¢â‚¬â€œí‚¿Por qué surgen los lí­deres de popularidad?
í¢â‚¬â€œLos lí­deres han aparecido con más capacidad que las estructuras partidarias para producir la diferenciación polí­tica, para identificar un rumbo alternativo que desafí­e al poder y proponga otro modo de encarar los problemas. En torno de los lí­deres se constituyen coaliciones, es decir que también son necesarios los recursos organizacionales. Pero lo que no hay más ahora, y era caracterí­stico de los partidos, es la identificación ciudadana permanente. Las encuestas muestran que entre el 60 y el 70 por ciento de los argentinos dice no pertenecer a ningún partido. Eso quiere decir que es en el transcurso de la campaña electoral, según cómo se configure la escena polí­tica, que se van a alinear los actores. La identificación polí­tica está siempre en juego. Es en ese sentido que los partidos no son más lo que eran. Pero las redes de militantes, los que tienen cargos públicos y quieren seguir teniéndolos, constituyen recursos de la polí­tica que fluctúan y se articulan en coaliciones en torno de lí­deres de popularidad. Una muestra del grado en que prima la búsqueda de una identificación presente es el modo en que se lanzaron todas las candidaturas para las próximas elecciones presidenciales, que fueron autoproclamadas en el más estricto sentido de la palabra. La búsqueda de producir la diferencia polí­tica va por el camino de alejarse de la cercaní­a con los aparatos partidarios.
í¢â‚¬â€œí‚¿Qué debilidades y fortalezas caracterizan a estos liderazgos?
í¢â‚¬â€œAnte todo, en esta nueva realidad donde hay lí­deres de popularidad, partidos polí­ticos débiles, desagregados y ciudadanos autónomos, para que haya estabilidad se requiere un dispositivo institucional fuerte, una Justicia independiente, funcionarios estatales que no dependan de los cambios de gobiernos. La existencia de un Estado protege los derechos de los individuos y crea condiciones más favorables para la democracia. Si el lí­der no tiene un nivel mí­nimo de organización con el cual intercambiar ideas para tomar decisiones, existen los riesgos que vemos en muchas sociedades latinoamericanas: liderazgos que se pueden transformar en arbitrarios. Ahora, estos liderazgos también crean una dinamización muy fuerte de la vida polí­tica. Puede pasar que los ciudadanos elijan a los gobernantes y al mismo tiempo desconfí­en de ellos. Los lí­deres actuales tienen más capacidad de generar ví­nculos representativos porque tienen menos ataduras partidarias y corporativas. Pero ése es también un elemento de vulnerabilidad. La popularidad puede desaparecer si no logran éxito y estabilidad. En los últimos años ha habido en América latina quince presidentes desalojados, no por los militares sino por estallidos ciudadanos. Eso es una expresión de fragilidad, no de democracia. El paliativo serí­a que los lí­deres estén sostenidos en algún tipo de corriente de opinión y de estructura organizacional, no en partidos como los de antes, porque ya no van a existir.
í¢â‚¬â€œí‚¿Cómo observa la actualidad nacional desde la perspectiva de estas nuevas formas de la polí­tica?
í¢â‚¬â€œA nivel nacional, en los primeros cuatro años del gobierno de Kirchner hubo poca diferenciación polí­tica, una especie de modelo unipolar, y recién ahora empieza a haber cierta diferenciación. Kirchner, que en 2003 habí­a asumido con debilidad, logró popularidad rápidamente porque encaró la salida de la crisis y se instaló como un campeón de la defensa popular en la relación con las corporaciones de negocios. Cuando la gente tení­a la mirada puesta en Ezeiza lo que contaba era esa capacidad de poner los fundamentos de un nuevo rumbo y Kirchner apareció como un presidente que producí­a actos de gobierno impensables, no sólo en lo económico, también en derechos humanos y en la relación con las Fuerzas Armadas. Ese envión hizo que existiera un escenario unipolar. Y la unipolaridad lleva aparejada la posibilidad de hacer un uso arbitrario del poder. Pero esa etapa se agotó, en dos direcciones. Hay un modo de gobernar que no es sostenible, por un problema institucional: se puede tener al Estado como rector de la polí­tica y la economí­a, pero hasta ahora hemos tenido un presidente y no un Estado. Esta falta de institucionalidad se expresa en la falta de debate público para tomar decisiones. En estos cuatro años la expectativa ciudadana era que alguien agarrara el timón. Ahora la expectativa es una democracia basada en la deliberación pública. Que se pase de una etapa plebiscitaria, que correspondió al momento de unipolaridad, a una etapa de mayor argumentación. El segundo aspecto es que, aunque existe un sentimiento creciente de normalización económica, las desigualdades sociales no han cambiado. Continúan las protestas y hay una expectativa de que haya un espacio público para discutir cuestiones referidas a los ingresos, la regularización de las relaciones laborales, el ejercicio de derechos públicos.
í¢â‚¬â€œEn el contexto de la fluctuación del voto y de la lucha de las fuerzas polí­ticas por instituirse como representativas, í‚¿cómo analiza el escenario hacia las próximas elecciones?
í¢â‚¬â€œEl oficialismo tiene esta paradoja: Kirchner sigue siendo un presidente con gran crédito, aunque ha bajado, pero no ha podido o sabido crear un movimiento de partidarios homogéneo. El oficialismo es movimientista, hay una serie de fuerzas que convergen en torno del Presidente, pero al no tener una fuerza con maduración de ideas, con un proyecto y recursos humanos, esto se traduce, por ejemplo, en que habiendo elecciones este año y con la probabilidad de que Cristina Fernández sea electa, el oficialismo tiene poca capacidad de tener candidatos locales afines. Y con la paradoja de que, para ganar la elección presidencial, parece tener que poner en sordina la renovación polí­tica de la roca dura del peronismo tradicional. Kirchner es una buena ilustración del personalismo que mencionaba: establece una fuerte conexión con la ciudadaní­a, pero es vulnerable. Al no tener suficientes recursos, tiene que apoyarse en los lí­deres más tradicionales, que constituyen una amenaza para su continuidad polí­tica y la de sus ideas. Por otro lado, aunque Kirchner conserva un capital polí­tico por haber superado la crisis, hay un malestar creciente con el oficialismo respecto de que se siga gobernando como hasta ahora. Creo que ese malestar ha sido registrado en la candidatura de Cristina Fernández, una candidatura que habla de que la continuidad necesita un viraje, una nueva etapa. Ahora esas masas de individuos que muestran malestar con el Gobierno no han ido a parar a los polos opositores. Las diferentes oposiciones tienen, a nivel nacional, una dificultad en producir la diferencia polí­tica, en instalar una alternativa que resulte verosí­mil. Las candidaturas opositoras han tenido poca capacidad de implantación, no aparecen como un desafí­o que concite voluntades: Lavagna, Carrió, López Murphy están ahí­, y Macri no tanto, porque todo indica que no va a estar. Pese a esta situación, creo que hay un avance hacia el pluralismo polí­tico. Una de las consecuencias de que el kirchnerismo sea un movimiento puede llegar a ser que haya pocos gobernadores realmente afines a la presidencia. Y es posible que en los grandes distritos haya expresiones que no sean la del oficialismo. También está la realidad de la coalición que ha encarado Kirchner con radicales, socialistas y frepasistas. Esto le pone restricciones al ejercicio del poder personalista. í‚¿Por qué? Con los radicales K va a haber que discutir espacios en el Gabinete, en la estructura de poder, pero también las instancias de decisión. Pienso que una evolución posible es hacia una mayor institucionalidad.

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