Algunos analistas estadounidenses se preguntan si cambiará la política exterior si llega al Gobierno.
Clarín
23 de julio 2007
Ana Baron WASHINGTON CORRESPONSAL
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No es un secreto para nadie que la relación entre Argentina y EE.UU. atraviesa uno de sus momentos más bajos. ¿Habrá cambios si Cristina llega a la Casa Rosada?
El embajador estadounidense en Buenos Aires, Anthony Wayne y el embajador argentino en Washington José Octavio Bordón están haciendo un gran esfuerzo por mantener el diálogo vivo. Pero la invitación que le hizo el número dos del Departamento de Estado, Nicholás Burns al canciller Jorge Taiana para venir a Washington a entrevistarse con Condoleeza Rice nunca se concretó. Más aún, el Secretario del Tesoro, Henry Paulson no solo se negó a recibir a la ex ministra de economía Felisa Micelli en dos ocasiones sino que acaba de excluir a la Argentina de un viaje a Brasil, Uruguay y Chile
Aunque Cristina preparó el terreno para su campaña electoral, con una serie de viajes a las capitales más importantes del mundo, incluyendo a Washington y ayer aterrizó en Madrid, durante el discurso que pronunció el jueves en el acto con el que se lanzó en La Plata no hubo ni una sola mención a lo que podría ser su política exterior. Ni siquiera incluyó en su discurso al Mercosur. Si bien hubo críticas al FMI, EE.UU. brilló por su ausencia. ¿Que quiere decir esto?
Un funcionario del Departamento de Estado dijo recientemente a Clarín que el gobierno de Bush considera que con Kirchner la relación bilateral estuvo condicionada fundamentalmente por la política doméstica. «Kirchner tiene su propio estilo, cien por ciento dirigido a una audiencia doméstica. No tiene una política exterior, tiene una política doméstica que tiene consecuencias en el extranjero», dijo.
Cristina es considerada en Washington mas «internacionalista» que Kirchner por sus continuos viajes al exterior. Sin embargo, hay dudas sobre lo que puede pasar después a nivel de la relación bilateral con EE.UU. De hecho, no pasó desapercibido entre los analistas estadounidenses el hecho de que el discurso de Cristina y la puesta en escena del acto del jueves reforzaron la idea de que ella continuará con las políticas de su marido: la idea de que los Kirchner son intercambiables. La imagen del Presidente en una pantalla detrás de Cristina fue más fuerte quizás que todos los elogios que le dedicó.
El Departamento de Estado considera que los problemas que ha habido con la Argentina no son realmente de tipo de ideológicos. Recientemente, Condoleezza Rice dijo que EE.UU. tiene excelentes relaciones con tres gobiernos de centroizquierda: Brasil, Chile y Uruguay, pero que la situación con Argentina es «diferente» ¿Por qué? Lo que más molestó a los funcionarios de Bush fueron las «inconsistencias» y los «desplantes» de Kirchner que, según ellos, tuvieron su expresión máxima en la cumbre de Monterrey en enero del 2004, en la cumbre de Mar del Plata en noviembre del 2005 y, más recientemente, cuando Kirchner permitió que Chávez organizara un acto anti-EE.UU. y anti-Uruguay al mismo tiempo que Bush aterrizó en Montevideo. Esta fue la gota que rebasó el vaso. «No fue la decisión correcta», dijo Burns, haciendo por primera vez público el descontento con «inconsistencias»
Desde entonces no hay ningún tipo de contacto entre ambos países ni a nivel ministerial ni mucho menos a nivel presidencial. La expectativa, igual, es que los verdaderos cambios, si los hay, se producirían después de las presidenciales en EE.UU., en 2008.
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La campaña electoral, aquí y en España, condiciona el viaje de la candidata
La Nación
23 de julio 2007
Será distinto este viaje que realiza Cristina Kirchner a España. No sólo porque ella ahora es candidata presidencial. También porque José Luis Rodríguez Zapatero entró en campaña para las elecciones del próximo 9 de marzo. Las dos razones convergen para que a la senadora se le pidan definiciones sobre medidas que su esposo, siempre escudado en la excepcionalidad de la crisis argentina, vino postergando.
La visita a los reyes en Palma animará la fantasía: la muerte de Jesús de Polanco y el pequeño escándalo mediático en que se vieron envueltos los príncipes por un dibujo humorístico alargarán la sobremesa. Pero quienes quieran tener alguna pista sobre el sentido último del viaje deberán poner el foco en la reunión con Zapatero y, sobre todo, en la comida con su vicepresidente, Teresa Fernández de la Vega, el martes. Sin que se pierda la elegancia, allí se hablará de plata: incursos en su propio drama electoral, los socialistas españoles están menos dispuestos a financiar la excepcionalidad argentina.
Acaso sea una de las peculiaridades más extrañas del ejercicio del poder que hacen los Kirchner. Son los titulares de una administración cuyo aislacionismo internacional sólo podría ser superado por el de algunas dictaduras militares. Pero al mismo tiempo han resuelto que lo más importante de su campaña para retener el poder se desarrolle en el exterior. Lo que aún no movió a Jorge Taiana a ofrecer alguna precisión sobre su rol en la faena.
Las luchas de facción de la Argentina se entrelazan así con las de otros países. Basta observar la visita que el Presidente y su esposa candidata realizarán a México, el 29 de julio: esa gira ya le trajo un contratiempo a Mauricio Macri, que debió postergar un viaje a ese país, previsto para el 25. Protestó la Cancillería, a través del embajador Jorge Yoma. La polémica estalló en los diarios. Desde la Argentina amenazaron con suspender la visita. El presidente Felipe Calderón prorrogó la audiencia con Macri. Quizá lo hizo con gusto: la invitación la habían cursado las autoridades de su partido, el PAN, con las que está enfrentado. Con independencia del atractivo del futuro alcalde porteño -derivado sobre todo del fútbol-, Calderón necesita más apoyos de la izquierda que de la derecha. El PDR lo sigue acusando de fraude. Lo cierto -y extraño- es que el primer duelo entre Kirchner y Macri posterior a las elecciones porteñas tuvo lugar en otro país. Y eso que el líder de Pro había imaginado las giras internacionales que le organiza Diego Guelar como un modo de sustraerse de la campaña electoral.
Las peripecias locales también contaminan el vínculo con España. Los anfitriones de Cristina están intrigados por un experimento sucesorio que debe su peculiaridad no sólo al nepotismo. La encargada de descifrar el arcano es Fernández de la Vega. Figura crucial en el gabinete socialista, hay quienes la suponen el verdadero motor del gobierno. Conoce a Cristina de tertulias anteriores. Y es posible que use ahora el mismo argumento al que echaron mano los Kirchner para reclamar solidaridad del PSOE durante estos años: la afinidad ideológica. No es aventurado imaginar que la vicepresidenta le explique a Cristina -palabras más, palabras menos- que el socialismo no las tiene todas consigo para los próximos comicios. Que el fracaso de la tregua con ETA dejó herida a la administración. Que Zapatero es acusado por la oposición de ser un gobernante débil, frente al terrorismo y frente a las pretensiones autonómicas. Y que no puede darse el lujo de ser acusado también de ser frágil ante sus amigos sudamericanos.
El riesgo político de las inversiones españolas en América latina aumentó mucho, sobre todo tras la nacionalización petrolera de Bolivia. Y Kirchner fue más hostil con las empresas españolas. Las incógnitas madrileñas no se limitan ahora a la normalización de las tarifas (debería reclamarla Cristina si no quiere inaugurar su posible gobierno con un apagón navideño). El desvelo va más allá. En noviembre, durante la Cumbre Iberoamericana celebrada en Montevideo, Kirchner y Zapatero tuvieron una reunión muy conflictiva en torno a las inversiones de Repsol.
La búsqueda de un socio argentino por parte de esa compañía se aceleró después de ese encontronazo. La postulación de la familia Eskenazi para adquirir, endeudamiento mediante, el 25% de YPF aplacó a Kirchner. Pero podría agitar la política española. Bastaría con que se divulgue en la Península la imagen de que en vez de una «argentinización» se está llevando a cabo una «kirchnerización» de los activos españoles. Ya intentó hacerlo Roberto Lavagna cuando visitó Madrid este mes. Ahora se explica: la postergación de esa asociación en YPF tiene que ver con el riesgo electoral más que con algún traspié financiero de la operación.
No es el único episodio que inquieta en Madrid. Hace una semana, el embajador de España, Rafael Estrella, inició una gestión de emergencia, alarmado porque Guillermo Moreno interviniera Central Costanera. La usina es controlada por Endesa, compañía en la que se libra una de las batallas de la política española. No habría peor obsequio para Zapatero que un golpe de mano de su amigo Kirchner sobre esa empresa. Fue lo que intentó evitar Estrella antes del viaje. En Madrid no se plantearán esta semana sólo dilemas conceptuales. También habrá acertijos operativos. ¿Regresará Carlos Bettini a Buenos Aires para ser secretario general o esperará a las elecciones españolas? ¿Qué hace en España, en coincidencia con la gira, el economista Martín Lousteau? Próximo a dejar la presidencia del Banco Provincia, es amigo de Bettini y de Alberto Fernández. ¿Hay que sumarlo a la ruleta de las designaciones en un gobierno de Cristina? ¿Qué sucederá con Nilda Garré, acusada ahora por diputados del ARI por la baja calidad de prestación de los radares contratados a la española Indra?
Detrás de estas preguntas se extienden incógnitas más relevantes. ¿Qué intervención tendrá la señora de Kirchner en la administración de la economía y de la infraestructura? ¿Se mostrará interesada en asuntos que siempre le fueron indiferentes o delegará en su esposo el manejo externo de esas áreas? (Ya se apuesta en Olivos a la sustitución de Julio De Vido por José López, de Obras Públicas: más de lo mismo.)
En síntesis: ¿va la Argentina hacia una desconocida y riesgosa diarquía, en la que los aspectos duros de la administración permanecen en manos de un presidente fantasmagórico, mientras su esposa mejora los modales del grupo en el campo institucional y externo? Arcanos que todos querrán desentrañar, pero sobre los que nadie preguntará de modo franco en Madrid, por miedo a faltar el respeto.
Por Carlos Pagni
Para LA NACION